Y si, extraordinariamente, tu destino se librara de estas prescripciones, sobre todo no deduzcas que has triunfado:deduce que algo has hecho mal. En realidad, muy pronto caerás en la cuenta de tu error, ya que el espejismo de tu victoria sólo puede ser provisional. Y no disfrutes del momento: deja ese error de cálculo para los occidentales. El momento no vale nada, tu vida no vale nada. Nada que dure menos de diez mil años tiene valor alguno.
Si te sirve de consuelo, debes saber que nadie te considera menos inteligente que un hombre. Eres brillante, eso salta a la vista, incluso a la vista de los que tan mal te tratan. Aunque, pensándolo bién, ¿ De verdad te sirve de consuelo? Por lo menos, si te considerasen inferior, tu infierno estaría justificado y podrías librarte de él demostrando, conforme a los preceptos de la lógica, la excelencia de tu cerebro. Sin embargo, te consideran igual, incluso superior: así pues, tu tormento resulta absurdo, y eso significa que no existe el camino para salir de él.
Existe uno, sí. Un único camino al que tienes pleno derecho, a no ser que hayas cometido la estupidez de convertirte al cristianismo: tienes derecho a suicidarte. En Japón, es sabido que el suicidio constituye un acto de gran honor. Y no se te ocurra pensar que el más allá es uno de esos alegres paraísos descritos por los simpáticos occidentales. Nada es tan estupendo en el otro lado. para compensar, piensa en lo que realmente merece la pena: tu reputación póstuma. Si te suicidas, tu reputación será deslumbrante y se convertirá en el orgullo de tus allegados. Ocuparás un lugar de honor en el panteón familiar: ésa constituye la mayor esperanza que puede albergar el ser humano.
También puedes no suicidarte, es cierto. Pero entonces, tarde o temprano, no lo resistirás y cometerás cualquier deshonor: tendrás un amante, o te harás bulímica, o te volverás perezosa, vete tú a saber. Hemos observado que los humanos en general y las mujeres en particular tienen dificultades para vivir durante mucho tiempo sin cometer alguno de esos pecados relacionados con los placeres carnales. Si desconfiamos de esto último, no es por puritanismo: lejos de nosotros esa obsesión americana.
En realidad, vale más evitar el placer porque hace sudar. Y no existe nada más vergonzoso que el sudor. Si comes a grandes bocados tu razón de pasta hirviendo, si te entregas al frenesí del sexo, si pasas el invierno dormitando junto a la estufa, sudarás. y ya nadie podrá dudar de tu vulgaridad.
Entre el suicidio y la transpiración, no lo dudes. Derramar tu sangre es tan admirable como innombrable resulta derramar tu sudor. Si te das muerte, no sudarás nunca más y tu angustia habrá terminado para siempre.
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Amélie Nothomb
Esta tal Amélie Nothomb podría escribir cuentos para niños :)
ResponderEliminarMarina