domingo, 28 de abril de 2013

Sexy Turbo

Fuck Photoshop


the pencil for the purist

La Biblia de Neón



Todo está  ya escrito. Lo puedes leer en la Biblia de Neón. Al pasar sus páginas, tu cabeza se enciende como una cerilla, te iluminas. Porque está todo escrito, todo, y todo es verdad.  Si estás vivo o  no lo estás, no importa demasiado, solo has de saber que eres mucho mas gracioso muerto. Eres mas guapo y  mas elegante muerto. Tienes esa elegancia serena, que vivo eras incapaz de aparentar. 

Todo está ya escrito: La espuma en el borde de tu cerveza, el pliegue en la trasera de tu americana, el remolino de tu pelo,  todo escrito en la Biblia de Neón. 

Los días pasan sin ningún propósito concreto. Ella  prefiere tragarse todo el puño antes que ponerse a gritar. El número de vicios crece y el miedo crece. Píldoras abriendo las tapas de una Biblia de Neón. 

Voy a pasear, voy a andar mil millones de pasos y luego caeré fulminado.

sábado, 27 de abril de 2013

Sin compañía, excepto el silencio...


Esto me recuerda un chiste.

Un hombre va al médico. 
Le cuenta que está deprimido. 
Le dice que la vida le parece dura y cruel.
Dice que se siente muy solo en este mundo lleno de amenazas 
donde lo que nos espera es vago e incierto.
El doctor le responde: "el tratamiento es sencillo, 
el gran payaso Pagliacci se encuentra esta noche en la ciudad. 
Vaya a verlo. Eso le animará".
El hombre se echa a llorar.
Y dice: "pero, doctor...
... Yo soy Pagliacci".

Un buen chiste.
Todo el mundo ríe.
Redoble de tambor.
Telón.

(Rorschach en Watchmen)

Salir a la calle y disparar al azar



Salir a la calle y disparar al azar. Comprarte un arma y usarla en espacios cerrados, donde disparar está permitido. Salir a buscar a quién disparar. Llevar a tu hijo a disparar y dispararle. Disparar sobre animales. Mirar como disparan mujeres calientes. Disparar en el metro de Mexico. Disparar a 400 yardas. Tiroteos en escuelas de EEUU.  Componer canciones sobre cuanto nos gustan las armas. Artistas que se hacen disparar. Enseñar a montar un arma. Telediarios repletos de tiroteos.   Enseñar a desmontarla. Adiestrar a un mono a utilizar una A47. Disparar sobre el arma de otro. Aprender lo que no hay que hacer al disparar

Quedarte mirando todo esto... O salir a la calle y disparar al azar. 

XTSIS

Spaguetti

Unfaithful


Sí amor. Que ya llego. En la peluquería amor ya te lo dije. Ja ja ja ja. Yo también amor. Claro. Deberías ser más firme y no dejar que use el auto. Hummm… Ya. Eso fue el mes pasado. Seguro. Yo ya hablé con ella. Si tú quieres. Creo que no será necesario. ¿Eso te dijo? Cuando llegue a casa lo hablamos. ¿Qué te parece Bariloche? Sería lindo. Perfecto. No lo dejes usar el auto. Eso me lo contó Nancy la chica de la peluquería. No te olvides del cumpleaños de Manuel. Creo que me tomará una hora en llegar. También me gustaría. Un rico trago y una peli qué te parece. Me está quedando monísimo. Sí mi amor para ti para quién más. No tonto. Sí adentro. Te fijas bien por favor. Iré mañana y hablaré con ella. Claro. Es verdad. Dile que yo hablaré con él. Sí. El último de Murakami. Ya te dije en una hora estaré allá. Sí amor. No amor. Yo también te quiero cariño. Chao amor. Sí amor. Chao amor. Adiós cariño.

Corta la conversación con el marido. Nos levantamos y tomamos una ducha. Luego se va a casa.

...
Hugo Vera Miranda

Dan Flavin. Una autobiografía




Mi nombre es Dan Flavin. Tengo 32 años, un cuerpo excedido de peso y pocos privilegios. Nací (gritando) veinticuatro minutos antes que mi hermano gemelo, a las siete de la mañana de un húmedo Día de los Inocentes, en Nueva York, en 1933, de un ascético y remoto oficial irlandés y una mujer descendiente de la realeza alemana sin un rasgo de nobleza. Muy temprano en mi vida fui víctima de una madre sustituta, una nanny inglesa que intentó enseñarme ir al baño solo a las dos semanas de edad. Cuando falló, o yo fallé, me cacheteó. Antes de cumplir los siete años intenté huir de casa, pero me embargó un temor por lo desconocido ante la luz del sol a sólo dos cuadras de casa.
Empecé a dibujarme a temprana edad. Mi madre destruyó todos esos dibujos de infancia, incluyendo un vívido, e incluso ingenuo, registro de los daños causados por un huracán en Long Island en 1938. Mi primer instructor de arte fue mi tío Artie, un veterano de la Primera Guerra de cara roja y una cicatriz de metralla en la pierna que le causaba tremendos dolores los días de humedad. Su toque cósmico del espacio perdura hasta hoy en mi producción.
En la escuela fui compelido a transformarme en un buen estudiante y un chico modelo. A los catorce, mi padre consideró que debíamos realizar su propia vocación y nos depositó en el seminario de Brooklyn. Mi profesor de latín allí, el padre Fogarty, no quedó muy impresionado por mis demostraciones de talento, especialmente aquellas que ocurrían durante sus clases. De cualquier modo, adquirí cierto poder personal sobre él: cuando me castigaba, se sonrojaba más que yo.
Mis notas fallaban tan evidentemente que, habiendo repetido un año, dejé el seminario por la aterradora vida profana fuera de aquellas paredes góticas. En 1955, estando en Corea como observador meteorológico con el ejército de ocupación, estuve cuatro días sin siquiera lavarme y tomé unas clases de dibujo figurativo. A eso (y a cuatro sesiones en la Hans Hoffman School de Nueva York y a un par de cursos de Herramientas y Materiales dictados por Ralph Mayer en Columbia, que terminaron con un irrelevante intento de suicidio de mi parte) se reduce toda mi instrucción formal en el arte.
Sin embargo, Albert Urban, uno de los pocos artistas vivos que verdaderamente respetaba en esos años, me sugería una y otra vez, al ver mis obras, que me transformara en erudito: un historiador del arte religioso o algo así.No fueron las polémicas estéticas las que me persuadieron de iniciar mis trabajos fluorescentes. Durante un tiempo, a fines de los '50 trabajé como guardia en el Museo de Historia Natural de Nueva York. Iba y venía por las salas y los pasillos, llenándome los bolsillos de notas para un arte enteramente de luz eléctrica. Hasta que alguno de mis jefes me veía inmóvil y boquiabierto y me gritaba: ¡Flavin, no se te paga para que hagas de artista!
Si se pone un tubo fluorescente en forma vertical en el preciso lugar donde se unen dos paredes, se puede eliminar esa esquina con el fulgor de la luz y la duplicación de la sombra. Así como se puede desintegrar visualmente un pedazo de pared, transformarla en un triángulo separado y flotante, con sólo hundir una diagonal de luz de un extremo al otro de esa pared, enfocando la luz hacia el suelo. Por eso, cuando me preguntan qué es el arte para mí, sólo digo que quiero contar con más lámparas. Al menos por el momento.

jueves, 25 de abril de 2013

O.D.I.O.




Me faltan algunos odios todavía. 
Estoy seguro de que existen.
...
Celine



El odio son las cosas  que te gustaría hacer con el locutor deportivo  
de la radio del vecino 
esos domingos por la tarde.

El odio son las cosas que te gustaría hacer con el macaco de uniforme 
que sentencia -arma 
al cinto- que el semáforo 
no estaba en ámbar, sino en rojo.

El odio son las cosas que te gustaría hacer con el cívico paleto 
vestido de payaso 
que te dice 
que no se permiten perros 
en el parque.

El odio son las cosas que te gustaría hacer con la gente que choca contigo 
por la calle 
cuando vas cargado 
con las bolsas de la compra 
o un bidón de queroseno 
para una estufa 
que en cualquier caso 
no funciona.

El odio son las cosas que te gustaría hacer con los automovilistas 
cuando pisas un paso de peatones 
y aceleran.

El odio son las cosas que te gustaría hacercon el neandertal en cuyas manos 
alguien ha puesto 
ese taladro de percusión.

El odio son las cosas que te gustaría hacer cuando le dejas un libro a alguien 
y te lo devuelve en edición fascicular.

El odio es una edición crítica de Góngora.

El odio son las campanas de la iglesia en mañanas de resaca.

El odio es la familia.

El odio es un cajero que se niega a darte más billetes 
por imposibilidad transitoria 
de comunicación con la central.

El odio es una abogada de oficio aliándose con el representante 
de la ley 
a las ocho de la mañana 
en una comisaría 
mientras sufres un ataque 
de hipotermia.

El odio es una úlcera en un atasco.

El odio son las palomitas en el cine.

El odio es un cenicero atestado de cáscaras de pipa.

El odio es un teléfono.

El odio es preguntar por un teléfono y que te digan que no hay.

El odio es una visita no solicitada.

El odio es un flautista aficionado.

El odio en estado puro es retroactivo 
personal 
e intransferible.

El odio es que un estúpido no entienda tu incomprensión, 
tu estupidez.

El odio son las cosas que te gustaría hacer con este poema 
si tu pluma 
valiera 
su pistola.

...
Roger Wolfe
...