Para naciones imprecisas como maleza, para los nómadas que viven entre las rocas, tribus de baja estatura y cara de enfado, y para las familias unidas por adoquines en pueblos con molinos de oscuras mañanas, la vida es una muerte lenta. Y también sus distintas maneras de edificar, de bendecir de medir el amor y el dinero son variantes de una muerte lenta. El día que uno pasa cazando un cerdo o celebrando un fiesta en el jardín, horas que dan fe o dan a luz, avanzan hacia una muerte igualmente lenta. Y decir eso para algunos no significa nada; a otros les deja sin nada que decir.
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