El Viernes, al mediodía, las carreteras de salida de las grandes ciudades se llenan de coches que escapan de las capitales de la muerte para pasar el fin de semana en los pueblos de la costa. Van a descansar la tensión y el estrés y la ansiedad acumulada ante tantas y tan malas noticias, y de paso repartir el virus que arrasa el planeta a cada pequeño lugar del mundo. Pequeños lugares que no quedarán libres de los pecados de sus visitantes.
Estos auto-liberados del confinamiento justifican su desplazamiento diciendo, en algunos casos, que como no sienten los síntomas, que mas dará. Y en otros que como ya tienen los síntomas, que les dejen vivir en paz. Esta gente saldrá a comprar en la tienda de alimentación de la playa de turno y pasearán al perro y dirán que vienen o van a algo importante, para poder justificar y que merezca la pena los kilómetros de carretera desde Madrid o Barcelona o cualquier otro foco de origen.
Perros que pasan de mano en mano para aprovechar el paseo permitido, visitas continuas a los supermercados. Políticos que predican cuarentenas que no va con ellos. Platós de televisión con mesas llenas de tertulianos que opinan continuamente que no hay que hacer lo que ellos mismos están haciendo, y un sinfín de situaciones absurdas.
El Domingo, al mediodía, todo el mundo volverá a su casa. Y todos volveremos a aplaudirnos de balcón en balcón.
Hoy es Sábado, séptimo día de aislamiento obligatorio en España.
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