miércoles, 1 de junio de 2016

Mejor

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Ese día no estaba nadando en un río, ni en un lago, ni en el océano.
No respiraba fuerte, ni me había sentido el héroe de mi propia historia.
No me acababa de cortar el pelo.
No me esperaba nadie.
No era un día especial.
Ese día dejé el trabajo que mi padre me había conseguido,
y escuché a mi novia hacer el amor, detrás de la puerta de nuestro dormitorio, 
con alguien que no era yo.
Me sentí raro, porque no me importaba.
No era algo importante.
No tan importante como la mañana en que nací,
ni el año en que lo perdí todo.
Tampoco como la noche en que me toco un bingo y el público me aplaudió.
Mucho menos importante que mi problema con el alcohol.
Ni el miedo que me dan los perros.

Me fui.
Ni siquiera hice ruido.
Me marché y pensé que así conservaba todas las opciones.
Ella nunca sabría que yo sabía.
Podría llegar como cualquier día con ganas de cocinar una cena para los dos,
y ella sonreiría y me preguntaría por el trabajo,
y yo no le diría que lo había dejado,
y tampoco le diría que la había escuchado gemir tras la puerta de nuestro dormitorio
con alguien que no era yo.
De esta manera,
en breve tendríamos un hijo,
encontraría otro trabajo.
La regalaría flores los viernes.
Cenaríamos con amigos de ambos los sábados,
y no me tendría que preocupar nada más que por  dormir, comer o follar.

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