¿Dónde está la belleza? ¿Qué es feo, por qué lo es? Cuando nos detenemos a observar a nuestro alrededor nos damos cuenta de que los matices entre lo que es estéticamente hermoso y lo que no lo es son muy delicados. Yo, que me he tenido siempre por feo, he sentido una fascinación especial por los que no tienen de parte de los dioses el amargo (o no, vaya usted a saber) “don” de la belleza. Por eso, por esa fascinación, una buena tarde, me encontré en la Feria de Libro Antiguo y de Ocasión con un texto de Karl Rosenkranz que por allá por 1853 publicara bajo el título suEstética de lo feo (publicado en español por Julio Ollero Editor, 1992) un ensayo filosófico que trataba de establecer las bases sobre lo que es o no feo, no en un sentido estrictamente estético sino filosófico y moral. Lo compré y lo leí a trompicones y me hice una idea del asunto. Situaba Rosenkranz lo feo entre “lo bello en sí” y “lo cómico” como si de un paso intermedio se tratase. Pero aquí no vamos a meternos con la escuela hegeliana ni con uno de sus principales exponentes. Se trata de observar por dónde anda hoy el concepto.
La fealdad ha fascinado desde siempre al ser humano y más aún con la llegada de las imágenes portátiles, fotos sobre todo, la fealdad ha sido un rasgo sensiblemente atractivo.
Pensemos por ejemplo en Joseph Merrick el famoso “Hombre elefante”. Por lo que sabemos su caso fascinó a todos en su época y los que se acercaron a él lo primero que deseaban conocer era esa brutal fealdad, querían mirar esa rareza de cerca. Es un hecho que este hombre era un ser humano extraordinario pero el resto no lo percibía así, por lo menos de entrada. Merrick, seguro, no tenía nada más que no tuviesen otros hombres de su época excepto su extrema fealdad.
La película Freaks (“La parada de los monstruos”, 1932) es otro ejemplo de cómo la fealdad nos fascina, de cómo lo grotesco se convierte poco a poco en lo habitual, en lo que en un momento dado puede entrar en abierto conflicto con lo “hermoso establecido”. Consiguen por un momento estos “monstruos” (recordad que son personas así, no son actores), que nos olvidemos de que ellos no son los “normales” estéticos. Al final de la cinta de Tod Browning, lo que nos asusta es la capacidad de venganza, la maldad de estas personas, no su rotunda fealdad. Aun así Freaks sigue fascinando, sigue conquistando la curiosidad de todos como en su época: por medio del reclamo de que los personajes son seres humanos de verdad.
Qué decir de La Bella y la Bestia, que nuestros niños miran con un poco de miedo, pero que al final Bella, muy consciente de quienes son ambos, planta un beso de amor en los labios del hechizado para “desfacer” el encantamiento que convirtió al apuesto príncipe en la Bestia. Curiosamente el “merchandising” de Disney nos vende la imagen de la Bestia, no la del guapo y transformado príncipe. Un feo que se nos cuela como peluche o dibujo animado.
Esa idea de lo que es feo sin discusión pasa poco a poco de moda. Si miramos los anuncios recientes veremos que una gran cantidad de feos oficiales los están protagonizando dejando de lado el tópico de que solo venden los guapos o que todo el mundo quiere serlo. El triunfo de Betty la fea es bien conocido de todos y es también conocida la desazón que produjo que al final los guionistas de la telenovela, serie o culebrón (cada uno habrá visto una versión), sucumbieran a la belleza. La fascinación del personaje estaba en su físico y al transformarla perdió su encanto. Todos recuerdan a la Betty antes de la “transformación”, un poco en la línea de lo que le pasa a la Bestia del cuento.
Pero no solo lo físico. Si nos vamos a las obras de arte, de estas llamadas “Arte contemporáneo”, florecen como setas en humedal los que las consideran de verdad “bellezas” y hay más de uno que, víctima del “Síndrome de Stendhal”, cae ante ellas sollozante, con el conocimiento casi perdido y taquicárdico. La belleza tiene eso pero creo que la cosa está en el hecho de que lo que siempre fue feo ahora no lo es. Y para muchos o es una postura intelectualoide y de darse el pego o es que algo va cambiando dentro de la percepción estética de la realidad.
“El ojo no se cansa de ver” dice el libro del Eclesiastés y no lo contradigo pero es muy posible que la manera de mirar ya no sea la misma. “Nosotros los de entonces”, diría Neruda, “ya no somos los mismos” y allí está la cosa: miramos de otra manera.
Nos fascina lo raro, lo que es obtuso y desparramado. De hecho Karl Rosenkranz dice que “las determinaciones abstractas de la de la ausencia de forma son válidas en general para todo lo feo”. ¡Qué locura! Lo deforme es feo, lo que no responde al canon lineal, a la tiranía del mercado diría yo, eso es feo. Pero no nos olvidemos de que incluso la tendencia del mercado hacia lo feo no está exenta de cierta tiranía también. Esa forma novedosa o transgresora de mirar es evidentemente necesaria, esa lectura tal vez arriesgada e irreverente está descubriendo otras formas de arte que van pidiendo paso desde hace tiempo (allí tenemos el terrible Hip-hop, el sucio Grafiti o las novelas de Dan Brown).
Por todo esto, aquello de “que se mueran los feos” hay que dejarlo atrás. No es tanto, dicen algunos, lo que se ve sino cómo se ve, cómo se mira, y por qué miramos. La vida está para ser juzgada estéticamente por todos y haremos bien en poner nuestro empeño en hacerlo lo mejor posible sin olvidar que cada cosa bella esconde su lado feo y si no, miraros después de leer esto en un espejo.
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