En el aeropuerto, ahora soy un pasajero en tránsito, tomando café mientras hago una escala.
Todo el mundo parece perdido, como yo. Ninguno sabe muy bien si viene o va. Somos el purgatorio. Todos estamos flotando en un estado moral ambiguo, mientras escuchamos música de los 80 mezclada con anuncios de vuelo y perdemos el tiempo observando a los otros: Gente, hasta hace un momento en hibernación, entrando de golpe en pánico al escuchar la última llamada de embarque hacia el himalaya, Chicago, Lanzarote, Belfast, Orlando, Bogotá, New York, París o Roma.
En el aeropuerto me siento totalmente solo y rodeado de mucha gente. Mucha gente corriendo, arrastrando maletas, masticando sandwiches fríos, buscando puertas para fumar un último cigarro, o simplemente mirando al cielo y suspirando al ver que está despejado y aún no es de noche. Me duermo pensando en que aquí soy totalmente invisible. Estoy totalmente camuflado en este No-Sitio.
Mi teléfono empieza a vibrar y me despierta cuando ya estoy a bordo. Es un mensaje de texto donde la rusa me dice que había escuchado mi canción de Kings of Leon y que le recordaba nuestra última vez. No contesté y guardé el teléfono antes de que me lo dijese la azafata. Las luces se apagaron, y el avión entró en el modo de noche.
Lo único que quiero es estar junto a ella, frente a un bonito paisaje, con mi mano bajo su vestido, acariciando su coño rasurado, mirando hacia el horizonte y respirando profundamente mientras pienso en el aliento de un último cigarro. Es una lista de deseos muy corta y sencilla.
En el avión, ahora soy un pasajero en tránsito, medio adormilado o al menos con los ojos cerrados con una manta de viaje, de peso infraleve, sobre mi pecho. Pensando que si me duermo del todo el viaje habrá terminado y ya habremos llegado.
Llegando. Siempre llegando. Me imagino con los brazos extendidos, las manos abiertas de cara al sol. Sintiendo el calor deslizándose desde mi frente hasta las punta de mis dedos mientras se extienden. La luz a través de mis párpados cerrados. Mi boca recordando los sabores de verano, el algodón de azúcar derritiéndose en la lengua, los zumos de naranja con zanahoria. O tal vez de fresas, cerezas y el beso de un ángel de Agosto. Mi vino de verano se hace de todas estas cosas. Es rojo. Pienso en el color del vino y en el color del sol a través de mis párpados cerrados mientras pienso que el ruido de fuera debe ser el que nos avisa que ya estamos aterrizando y que lo que no puedes hacer es fumar en la pista de baile.
Lo único que quiero es estar junto a ella, frente a un bonito paisaje, con mi mano bajo su vestido, acariciando su coño rasurado, mirando hacia el horizonte y respirando profundamente mientras pienso en el aliento de un último cigarro. Es una lista de deseos muy corta y sencilla.
En el avión, ahora soy un pasajero en tránsito, medio adormilado o al menos con los ojos cerrados con una manta de viaje, de peso infraleve, sobre mi pecho. Pensando que si me duermo del todo el viaje habrá terminado y ya habremos llegado.
Llegando. Siempre llegando. Me imagino con los brazos extendidos, las manos abiertas de cara al sol. Sintiendo el calor deslizándose desde mi frente hasta las punta de mis dedos mientras se extienden. La luz a través de mis párpados cerrados. Mi boca recordando los sabores de verano, el algodón de azúcar derritiéndose en la lengua, los zumos de naranja con zanahoria. O tal vez de fresas, cerezas y el beso de un ángel de Agosto. Mi vino de verano se hace de todas estas cosas. Es rojo. Pienso en el color del vino y en el color del sol a través de mis párpados cerrados mientras pienso que el ruido de fuera debe ser el que nos avisa que ya estamos aterrizando y que lo que no puedes hacer es fumar en la pista de baile.
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