Algunos de nosotros evolucionamos para sobrevivir. Aprendemos a respirar bajo el agua, nos afilamos los dientes, agitamos los brazos para intentar nadar y desarrollamos un sentido paranoico respecto al peligro.
Luego tenemos crías y nos hacemos débiles, les damos nuestros brazos, luego nuestras piernas y al final hasta nuestro aliento. Nos quedamos sin voz y acabamos mendigando en la cuneta suplicando un poco de su amor. Hacemos el camino inverso a la superación: Fracasamos.
Escribes una biografía de la misma manera que harías un informe de errores. Nunca miras al espejo y siempre te equivocas en las mismas cosas. Pareces un tipo inteligente, pero eres tonto.
Al final de los ochenta se trata de besar a la chica y te dejas llevar. Ella va a ser una buena chica, siempre y cuando sea mala en la cama. Tienes apenas 20 años y le presentas a tus padres la que poco después va a ser la madre de tus hijos, parece una buena chica, pero no lo es. Simplemente hace buenas mamadas y se deja dar por culo. Sonríes como un idiota, porque eres un idiota.
A partir de ese momento la vida se reduce a follar y discutir y follar y discutir y follar y discutir. Parece que la secuencia no va a terminar nunca. Estás atrapado. La vida se convierte en una lista de cosas malas, horribles y miserables, compensadas con grandes dosis de sexo sucio y desesperanza. No te sientes orgulloso de nada. Ya no sonríes. En realidad sufres, solo que no se nota porque estás bien ordeñado.
Dos hijos.
Esa es la buena noticia.
Del resto, mejor no hablar.
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