En Venecia, mi primera noche en la ciudad, salí y expié tímidamente bajo las minifaldas de las cortesanas de la columnata. Apenas una sonrisa en sus rostros de mármol, a las que yo asentía con la cabeza. Un leve gesto de muñeca: "Infra-leve". Perfumes mezclados con la brisa de un mar dulce, como cuerpos desnudos en salas pintadas en rosa. Todo es a la vez espiritual y trivial. Lo sofisticado huele a podrido. Ya había visto las pinturas y las esculturas, y en mi enorme habitación siempre estaba solo, sabiendo que podría haber colado a una mujer a través del vestíbulo, simplemente cogiéndole de la mano.
Nada de lo que imaginé se hizo realidad. Me sorprendía el flujo real de gente que todo el día circulaba de puente en puente. Tenía la idea de ir al puente de Rialto y escribir un poema que cambiaría mi vida, pero los empujones no me dejaron apenas escribir mi nombre en una hoja manchada y húmeda que dejé caer al canal. Me sentí silenciado mientras miraba la luz ondulante del canal sobre las paredes de piedra. En cualquier ciudad, el buen gusto y el sentido común no son tanto lo que ves y haces cuanto lo que no ves ni haces. Era un sitio donde estar. Te desgastaba lo suficiente para que pudieras aceptar todo lo que tuvieras que aceptar. Te hacía menos, ¿pero quién necesitaba más? Cuando tenías la sensación de que necesitabas más, ahí empezaba el problema: Pensar en esas cosas que hacer entre cagar y morir.
Nada de lo que imaginé se hizo realidad. Me sorprendía el flujo real de gente que todo el día circulaba de puente en puente. Tenía la idea de ir al puente de Rialto y escribir un poema que cambiaría mi vida, pero los empujones no me dejaron apenas escribir mi nombre en una hoja manchada y húmeda que dejé caer al canal. Me sentí silenciado mientras miraba la luz ondulante del canal sobre las paredes de piedra. En cualquier ciudad, el buen gusto y el sentido común no son tanto lo que ves y haces cuanto lo que no ves ni haces. Era un sitio donde estar. Te desgastaba lo suficiente para que pudieras aceptar todo lo que tuvieras que aceptar. Te hacía menos, ¿pero quién necesitaba más? Cuando tenías la sensación de que necesitabas más, ahí empezaba el problema: Pensar en esas cosas que hacer entre cagar y morir.
Hasta el último momento pediría un poco más de plazo, un último instante de placer, un capricho más. Por inútil que sea al final, una felación, un instante de placer, un capricho... Que es lo que quieres o esperas de mi. Mírame bien: Frágil, demacrado y triste. Un inventario de problemas, blanco y prolijo. Lo que has hecho de mi es lo que queda después de lo que te has llevado. Los pálidos paisajes de mi ceño, las canas, el pesar. Eso es lo que soy. Un hombre bueno que se vuelve malo.
Otra tarde solitaria y otra ciudad solitaria. Esto podría ser un gran desastre si yo fuese muy joven, pero no es el caso. Ya no soy tan joven como para preocuparme. Ya se lo que es estar solo, ya se lo que es un lugar desconocido, conozco de cerca la incertidumbre y el vacío. Aún así, tampoco soy lo suficientemente viejo como para que no me deprima ver a una mujer llorar. Tengo otra botella vacía, y dinero suficiente para comprar otra. Y tengo otra cama vacía que añadir a mi lista de lo que acabo de decir: Camas Vacías. Demasiado joven para admitirlo, y lo suficientemente mayor como para saber que será una cama más de una larga lista.
He dejado de mentir, ya no me importa. Ahora se que el problema es mío, que no tengo porque disimular y también sé que a nadie le importa. Sólo soy otro cabeza hueca. Por eso estoy solo. Por eso estoy tan solo. Pero sé lo que voy a hacer. Voy a seguir adelante junto a la carretera. Seguir adelante, con el dedo en el aire diciendo que hay que seguir adelante. Lo digo en alto: Uno de estos días voy a Seguir adelante, y a cambiar mis manías perversas. Hasta entonces seguiré arrastrándome. Rompí otra promesa, y rompí otro corazón. Pero tengo claro que lo que hay que hacer es seguir adelante.
En Venecia, feo, fuerte y formal
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