Un silencio que a mí me parecía amarillo.
Por las mañanas, en horario escolar, mientras los jóvenes de nuestra edad se dedicaban a estudiar o a robar o a drogarse o a prostituirse, yo empecé a frecuentar los videoclubs del barrio y de los barrios vecinos, intentando encontrar las películas perdidas de Tonya Waters, una actriz porno de la que me había enamorado y cuyas peripecias empezaba a conocer de memoria.
Eran los 80. era una época pasada.
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