miércoles, 23 de febrero de 2011

Las cafeterías a las cinco de la tarde


No hay vida en las cafeterías a las cinco de la tarde, los clientes se pegan al sky de los sofás, comen un sandwich sin que nadie les mire. Cafés cortados y solos con el azúcar aún sin mover. La sacarina por si acaso. El vaso de agua del tiempo y el tedio acumulado sobre cada cabeza. Periódicos doblados y anotaciones rápidas en los posavasos. Carteles camino a los baños que te avisan: "No se pierda usted". "Está usted entrando en un mundo perdido". "Olvídese del  amor". Y en el camino perderá la ropa, la documentación. Al niño de 6 años le faltará un diente. Y el resto de los clientes perderá la noción del tiempo. Un año entero en la cafetería a las cinco de la tarde, un siglo o un día tan corto como la eternidad. 


La sensación de perder todo, de romper todo, de desaparecer. 
Mi tema favorito: La manera de desaparecer completamente. 
Desaparecer en los baños de una cafetería, descalzo, frente al espejo, cada día más parecido a mi mismo.
Soy dos veces yo mismo. Uno soy yo y el otro, el reflejo, también soy yo.
Soy un DOS y utilizo dos unidades de cada cosa, todo viene a pares, hasta el D.N.I. con cinco doses, un cuatro y un seis. Todo a pares: montañas, temporadas, libros,  música. Las llaves, tazas de café, cesta de pan, sábanas y camas. Promesas. Un conjunto de palabras, gestos, traídos, usados, gastados. Nos dijeron. Lo hicimos. Y siempre tiendo la mano.
Sin miedo, sin temor, sin nada...

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