"Trópico de Cancer" y "Trópico de Capricornio" de Henry Miller.
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Si haber leído estos dos libros, un verano de mis trece o catorce años, ha sido seguramente la razón para que ya no fuese otra cosa que lo que he sido desde entonces y hasta ahora, es algo de lo que estoy convencido. Soy un bruto que nunca deja de leer, un macarra educado, un alexitímico dulce, un cabrón compasivo, soy todas esas cosas y soy los "Trópicos". Y en el fondo no soy nada, porque lo único que no puedo hacer, yo mismo, es desaparecer completamente. Me envenenó, me cambió por completo, me hizo ver las cosas de una manera que hasta entonces ni había imaginado. Tal vez sean los libros de auto-ayuda más importantes que se han escrito, o los libros de auto-destrucción más importantes que se hayan escrito jamás. Según se mire, y quién lo mire: Para muchos el "Trópico de Capricornio" es un libro triste y pesimista, para mi no lo es, es todo lo contrario, es anti-pesimista, es, como todo lo que escribió Miller, una expresión vital absoluta. Es el puto-libro-de-los-cojones, y no hay nada en él que no sea absolutamente importante. Debería editarse con todo el texto en mayúsculas, porque cada palabra es importante. Todo él es importante. Abro el libro y desde la primera frase creo en "Trópico de Capricornio". Creo que no he vuelto a leer nada tan poderoso como ésto:
"Una vez que has entregado el alma, lo demás sigue con absoluta certeza, incluso en pleno caos. Desde el principio nunca hubo otra cosa que el caos: era un fluido que me envolvía, que aspiraba por las branquias. En el sustrato, donde brillaba la luna, inmutable y opaca, todo era grave y fecundable; por encima, no había sino disputa y discordia. En todo veía en seguida el extremo opuesto, la contradicción, y entre lo real y lo irreal la ironía, la paradoja. Era el peor enemigo de mí mismo. No había nada que deseara hacer que no pudiese igualmente dejar de hacer. Incluso de niño, cuando no me faltaba nada, deseaba morir: quería rendirme porque luchar carecía de sentido para mí. Consideraba que la continuación de una existencia que no había pedido no iba a probar, verificar, añadir ni sustraer nada. Todos los que me rodeaban eran unos fracasados, o, si no, ridículos. Sobre todo, los que habían tenido éxito. Éstos me aburrían hasta hacerme llorar. Era compasivo para con las faltas, pero no por compasión. Era una cualidad puramente negativa, una debilidad que brotaba ante el simple espectáculo de la miseria humana. Nunca ayudé a nadie con la esperanza de que le sirviera de algo; ayudaba porque no podía dejar de hacerlo. Me parecía inútil cambiar el estado de las cosas; estaba convencido de que nada cambiaría, sin un cambio de corazón, ¿Y quién podía cambiar el corazón de los hombres? De vez en cuando un amigo se convertía; era algo que me hacía vomitar. Tenía tan poca necesidad de dios como Él de mí, y con frecuencia me decía que, si Dios existiera, iría a su encuentro tranquilamente y le escupiría en la cara.Lo más irritante era que, a primera vista, la gente solía considerarme bueno, amable, generoso, leal, etc., porque estaba exento de envidia. La envidia es la única cosa de la que nunca he sido víctima. Nunca he envidiado a nadie ni nada. Al contrario, lo único que he sentido ha sido compasión hacia todo el mundo y por todo."