el día que me puse a bailar

Fue a finales de los ochenta o principio de los noventa. Toda la música que escuchaba era eléctrica, las guitarras chirriaban y se acoplaban unas sobre otras. Amaba esos grupos oscuros: Jesús and Mary Chain, Sonic Youth, My bloody Valentine, y todo el after punk: Joy Division, Bauhaus, Siouxie y el punk: The Clash, Sex Pistols, Dead Kennedys. Era música para tipos duros, y los tipos duros no bailan, como mucho saltan, se golpean.

Fue entonces, un día, cuando la música empezó a bailarse. Empezó a sonar algo que llamaron acid house, a lo que tampoco di mucha importancia. Yo seguía acudiendo a esos locales oscuros de barrios como chueca, que entonces no era lo que es ahora, más bien todo lo contrario, eran los bares de los subterráneos.

Allí se escuchaba toda esa música oscura e industrial, todo el EBM de Front 242 y Nitzer Ebb, y estaba muy lejos de entenderse con todo ese movimiento de pañuelos en la cabeza, logotipos sonrientes y silbatos colgando del cuello, toda esa gente con sus mandíbulas desencajadas y los pies en trance.

Ahí estaba yo, en uno de esos locales de los que frecuentaba, cuando la música empezó a parecerme diferente. Sonaban los Happy Mondays, y sin poder evitarlo me puse a bailar, después de esto llegaron los clubs, las macrodiscotecas y las noches infinitas, que durante una época lo llenó todo. Alguien dijo: “La música está cambiando”, aunque eso creo que fue un poco más tarde.

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"Step On"

de Happy Mondays