Vivir en el disparate es vivir, en el día de hoy, en Las Ciudades.
Es tener que sentarte a comer en sitios hiperdecorados, donde te cobran una barbaridad de dinero por tratarte mal, con reserva, comiendo a turnos y echándote a la calle según terminas de comer el postre. Y con suerte darte de comer algo que tenga un sentido, porque la cuenta siempre va a ser alta pero la justificacíón no tiene porqué.
Vas a esos lugares para debatir con un montón de gente, que podrían ser tus amigos, sobre un montón de cuestiones estúpidas, como si la tierra es plana o no, o si los pájaros son drones, o si la razón del gobierno de turno es una misa satánica.
Al final pagas una pasta por comer mal mientras intentas no discutir a gritos sobre estupideces y luego tomarte un gin tonic, casi sin alcohol, de 15 pavos, en otro lugar igual de hiperdecorado, para seguir hablando de banalidades que, en realidad, no le interesan a nadie.
Luego sacas el coche de un parking, donde te terminan cobrando casi lo mismo que has pagado antes por comer y alejándote hacia las afueras de esa ciudad donde dices que vives, cuando en realidad no es así, porque en realidad, si no vas caminando, no vives allí.
Vivir en el disparate es hacer planes de fin de semana con amigos en Las Ciudades.
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