Hay muchas personas a quienes el odio y la ira pagan un dividendo de satisfacción inmediata mayor que el amor. Congénitamente agresivos, bien pronto se convierten en adictos de la adrenalina, estimulando deliberadamente sus peores pasiones para obtener el impulso que les proporcionan sus psíquicamente excitadas glándulas endócrinas. Sabedores de que una autoafirmación siempre termina por provocar otras, y hostiles autoafirmaciones, cultivan diligentemente su violencia. Y, naturalmente, pronto se hallan en lo más reacio de una pelea. Pero una pelea les causa enorme placer, pues mientras están luchando es cuando la química de sus sangres les hace sentirse más intensamente ellos mismos. Por “sentirse bien” suponen que son buenos. La inclinación hacia la adrenalina es calificada racionalmente como “Justa Indignación”, y, por último, al igual que el profeta Jonás, se convencen firmemente de que hacen bien cuando se encolerizan.
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