jueves, 1 de agosto de 2024

Patas de perro


Escribo para olvidar, esto es un hecho, necesito meter un poco de tranquilidad en mi alma, necesito descansar, necesito dormir, Dios sabe, sólo Dios sabe que hace diez meses que no duermo, aunque él tampoco dormía, bien lo recuerdo. No puedo dormir, no puedo olvidar, no puedo olvidarlo, sólo por eso escribo, para echarlo de mi memoria, para borrarlo de mi corazón, tal vez después decida morirme o no vivir, porque él, su figura menuda y pálida, con ese aspecto sucio del sufrimiento, era lo único que me ataba a este mundo, a esta silla, a este trozo de madera en que escribo, pero lo olvidaré, escribo para olvidarlo, sé que lo destruiré totalmente, como él me destruyó sólo con salir corriendo aquella tarde. Él bien sabía que yo lo necesitaba, sabía, como lo sé yo y me lo digo a veces, que él me necesitaba, que yo era su mundo, como él era el mío. ¿Por qué salió huyendo, entonces, sin siquiera entregarme su mano, sin rozar su rostro fugaz, su puñado asustado de pecas contra mi barba canosa? Yo sabía que él estaba llorando ahí afuera, lo presentía, más bien, mientras sentía mis propias lágrimas, días más tarde creía oírlo sollozar todavía en el suelo frío de la cocina, ahí, en ese rincón amable que él limpió con el roce de sus piernas durante muchas noches. Llegó como se fue, sin motivo, sin explicaciones, casi sin lágrimas, sin sollozos, una soledad lo trajo y otra soledad se lo llevó, me he quedado solo, completamente solo, porque ahí está el gastado rincón de baldosas donde dormía, pues nunca quiso usar la cama que juntos fuimos a comprar a la feria, ahí está su plato, duro y hostil de puro inservible, como si él jamás hubiera pasado por el pasadizo, golpeado la puerta de la calle […] Claro que en momentos de calma, en las tardes antes de comer, los domingos por la mañana cuando regresábamos del matadero, me contaba su preferencia por los perros, por mirarlos, por verlos caminar, por observarlos cuando, al encontrarse una piara de perros vagabundos en la calle, se huelen con fruición, con verdadera ciencia y verdadero arte, abarcándose totalmente, reconociéndose, recordándose, sin gruñir, sin mostrarse los dientes, sólo esgrimiendo los olfatos como una lupa para buscarse y encontrarse y recordar calles, plazas, basurales, conventillos, zaguanes, cementerios, huertos, mendigos, ciegos, refugios, hospitales, líneas de tren, orillas de río, casas cerradas, puertas cerradas, ventanas cerradas, cerrojos, candados, cadenas, alambradas, espinares, collares, lazos, bozales, balas, botas, laques, cuerdas, horcas, insultos, escándalos, maldiciones, trozos de pan duro, toses, llantos, aullidos, nubes, lloviznas, barro, ciudades, aldeas, humos que se van volando, humaredas, llamas que se arrastran, gritos, insultos, alaridos, rezos, procesiones, banderas, lavaza, ollas, huesos, huesos, hocicos abiertos, colas que se van huyendo, patas que se van cojeando, tarros, vidrios, sangre, ropas mojadas, ropas duras, esqueletos, arañas, gallinas, gallos violentos, hombres furiosos, mujeres lúbricas, dormitorios, espejos, leche, leche, papeles, papeles oliendo a carne, papeles oliendo a pescado, papeles oliendo a remedio, vino, borrachos, pacos, pitidos, sirenas, bomberos, escombros, derrumbes, ayes solitarios, gritos sin boca, cuerdas sin perro, balas sin revólver, zapatos, zapatos, zapatos, pies desnudos, gatos, gatos engrifados, viejas engrifadas, escobas, moribundos, camisas de dormir, duelos, guitarras, bailes, guaguas en el suelo, guaguas en el cementerio, frailes, frascos, luces, campanas, campanillas, palmatorias, velas encendidas, velas apagadas, cerros, cerros, cerros, calles solas, árboles, árboles rotos, árboles aplastados, potreros, ahí se separan, unos tornan a la ciudad, otros tornan a las patadas y los gritos, se van aplastando, se van solos, me explicaba Bobi.

Carlos Droguett
Patas de perro, Editorial Zig-Zag, 1965.

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