Tener un taller siempre ha sido una prioridad. Tener donde trabajar y según el lugar, cómo trabajar.
No es igual disponer de un sitio amplio y bien iluminado, que tener que apañarte con una mesa o una tabla sobre tus piernas. Si trabajo sobre mis piernas, dibujo con rotuladores en A4 y luego mejoro los dibujos en un ordenador. Y si tengo 300 metros de local para mí solo, tiendo lienzos gigantes sobre todas las paredes y gasto kilos y kilos de pintura para llenar todas esas paredes de ideas que no cabían sobre mis piernas. El lugar determina el tamaño de la obra. Pero en el fondo es lo mismo el dibujo A4 a rotulador que la tela gigante. Todo es lo mismo, el tamaño casi nunca decide la importancia de la obra. Ni siquiera valen más o menos cuando las vendes.
He tenido muchos talleres. Los artistas de verdad los llaman estudios. A mí me gusta más la idea de taller, porque en el taller puedes hacer más cosas, no solo pintar: Puedes cortar madera, arreglar una moto y quedar con los amigos para terminar emborrachándote, también puedes quedarte a dormir o follar con tu chica y también puedes pintar. En el estudio haces exactamente lo mismo pero lo haces como si todo tuviese un propósito o si todo tuviese que ver con tu "yo artista", y eso es mucho peso para mí. En los talleres se trabaja y en los estudios se piensa. Y yo, por mi impaciencia continua, siempre me he puesto a trabajar antes de ponerme a pensar.
Debería pensar mejor lo que pinto, porque luego, es verdad, que pinto cualquier cosa.
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