En toda historia hay muros con costras de pintura descostrada y humedad sobre humedades, moho cual pátina del polvo incrustado en los restos de comida y las esponjas de la tina. Hay también días luminosos y ventanas abiertas frente al parque donde los niños juegan ajenos y algodones de azúcar y paseos por la playa. No de otro material están hechas sino de esa fina grava siempre a punto de quebrarse. Y nos las colgamos como cuentas ceñidas a un delgado hilo y, sin creer en realidad, oramos porque no se rompa antes de irnos ciegos, mudos, al carajo.
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País de canallas
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