Ciudades masacradas antes del amanecer generando miles imágenes de devastación en el móvil, todos los días, todas las mañanas, nada más abrir los ojos. Gente huyendo de sus casas, de su ciudad, de su país, a toda prisa, con lo puesto. Gente muerta en medio de las calles de cualquier ciudad. Gente llorando. Ahora en Ucrania.
Menos mal que no soy yo, menos mal que no son ni mis hijos ni mis padres. Menos mal que es lejos. Menos mal que no hablan mi idioma. Menos mal que no se me parecen. Menos mal que parece que estoy al otro lado del continente. Menos mal que es en Ucrania y no aquí.
Pero luego, un poco más abajo en el móvil, te avisan que ahora es posible que mañana mismo seas tú y tus padres y tus hijos los que tengan que salir corriendo a cualquier sitio donde no caigan las bombas y donde no te quieran matar. Y luego miras la distancia y te das cuenta que no es tan lejos y que muchos hablan bien tu idioma y también se te parecen.
Luego te dicen que Ucrania no es Siria y que Kiev no es Alepo y que no te puedes desentender y que el desastre ahora es el tuyo y que por mucho que pretendas que no te afecte te va a afectar, porque ahora que toquen Ucrania es que te toquen a ti. Y esa idea llega pronto a la conciencia de todos y todo el mundo se pone a ayudar y a donar lo necesario y se organiza lo que haga falta para recibir a toda esa pobre gente que abandona su casa en Ucrania. Millones de personas que salen de su país con lo puesto y perdiendo todo su pasado.
Abajo de casa no deja de llegar gente con bolsas y cajas para enviar ayuda. Las furgonetas paran y se llenan una tras otra con cajas y cajas directas para Ucrania, desde el primer día de la invasión. Los barrios del sur de Madrid están llenos de Ucranianos y Búlgaros y Rumanos y Georgianos y demás países del este. La gente llega con todo tipo de cosas y pregunta que hace falta y todos traen cosas. Españoles y dominicanos y colombianos y ucranianos y búlgaros y rumanos y todos los demás traen cosas para Ucrania. Todos ayudan.
Enseguida te das cuenta que es verdad que ahora es mucho más cerca y que estás en peligro y que el mundo está a punto de ser destruido y que ya da igual que vivas en Madrid y que vivas de una forma privilegiada, y todo lo que pretendes defender da igual ante la amenaza de un fin del mundo.
La amenaza es total. Mañana puede empezar la tercera guerra mundial y la destrucción total de todo lo conocido y en ese momento solo queda escapar, huir de la devastación y no poder pensar en nada más que en sobrevivir mientras Europa explota en la debacle nuclear. El fin de la civilización occidental puede empezar mañana mismo.
Y mientras tanto, esperando el apocalipsis, los precios suben sin parar y la culpa es de la luz y del gas y de la gasolina y luego paran los camiones y con los camiones paran otro montón de cosas y los barcos paran y las granjas paran y las fábricas paran y todos miran al cielo pensando en pagar lo que haga falta por seguir vivos mientras no les caiga encima un misil o una bomba atómica que acabe con todo.
Empezamos a pensar en acostumbrarnos a no tener ciertas cosas y que la compra sea de lo que se pueda. Algunos corren a llenar los carros en los supermercados y vuelven a almacenar todo tipo de cosas en casa o en los trasteros. otros compran kits de supervivencia en Amazon y otros preguntan por el yodo en las farmacias. Mucha gente, ante una amenaza apocalíptica, lo que hace es salir corriendo a fundir la tarjeta del banco. En el mundo de consumo el poder gastar dinero se identifica con la seguridad. Si todo se puede comprar, lo único que tienes que hacer ante un momento apocalíptico es gastar dinero.
La vida sigue así: Combinas ayudar a Ucrania con salir a cenar un viernes por la noche con amigos, ir después a un Karaoke y luego bailar en cualquier discoteca de Madrid y comer hamburguesas en el sofá mientras ves Netflix todo el domingo. Todo esto mientras esperas salir corriendo de tu casa en el momento que todo se vaya a la mierda ante una amenaza nuclear.
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