domingo, 8 de noviembre de 2020

Escribo para no dibujar


Hace unos años que me puse a escribir para no tener que dibujar, porque en realidad lo que yo hago es dibujar, siempre y desde siempre. Dibujo por todo y para todo. Luego, escribir no ha hecho que deje de dibujar, sino que me ha permitido acompañar mis dibujos con palabras.

Lo que pasó es que me dí cuenta que había dibujado tanto que empezaba a olvidar algunas palabras. Hace como quince años. Me costaba expresar mi pensamiento con un vocabulario amplio, y solo era capaz de referirme a temas rutinarios o mantener conversaciones cortas y banales. Yo siempre había sido un tipo de pocas palabras y que hablaba bajito.
Esto me lo dijo hace poco un amigo de siempre y me hizo pensar lo que ahora escribo aquí.
 
Por entonces, salía de una relación traumática y estaba medio loco de tantos problemas sin solución. Ahí me puse a escribir, para volver a pensar en letras y palabras y frases  y no solo en imágenes. Palabras que pusieran orden a mis días. Aunque pronto descubrí que la escritura también me proporcionaba imágenes, pero de una forma diferente. 

Me sentí entusiasmado al descubrir lo que podía hacer con las palabras, y mucho más entusiasmado cuando veía cómo interactuaban esas palabras con mis dibujos. Cuando pienso en esas cosas me siento como un salvaje recuperado a la civilización. El Bruto que gruñendo intentaba hacer poesía.

Cuando era pequeño dibujaba, pero siempre pensaba que no lo hacía bien. Mi primo Vicente que era mi mejor amigo lo hacía mejor que yo. Mi hermano mayor que era mi mayor enemigo lo hacía mejor que yo. En el colegio, había varios que lo hacían mejor que yo. Yo siempre pensaba que todos lo hacían mejor que yo. Me sigue pasando, siempre pienso que no lo hago bien y que podía hacerlo mucho mejor. Es fácil encontrar gente que lo hace mejor que tú. Me pasa todo el tiempo. En el dibujo no dejo de encontrar cosas con las que sentirse asombrado.

Entonces, de niño,  lo que hice es no parar de dibujar. Mi impulso fue dibujar y dibujar y dibujar todo el tiempo, mucho más que ahora. No jugaba porque prefería dibujar y dibujaba a todas horas. Mis primos sabían que yo no estaba para jugar, porque prefería estar en la habitación dibujando. Si preguntaban donde estaba Javier, Javier estaba dibujando.Todo el tiempo dibujando.

Hasta que dibujaba mejor que mi primo y que mi hermano y que mis compañeros de colegio, que pronto me empezaron a pedir dibujos.

Y desde entonces, nunca he dejado de dibujar.

Ahora soy profesor de dibujo, y a veces hablo tanto del dibujo que consumo las horas sin hacer un solo dibujo, y eso no está del todo bien. Esto sólo pasa a veces. Mis alumnos me escuchan y me creen, se sienten motivados en la tarea del dibujar, pero a veces se deberían sentir un poco estafados escuchando tantas palabras que sustituyen a la propia práctica del dibujar. Ahora, que soy consciente de esto, intento equilibrar mi defensa del dibujo en beneficio de la experiencia del lápiz sobre el papel sin más.

De niño, ni siquiera tenía una mesa, así que dibujaba sobre la cama, medio tumbado. Luego, mi madre sin preguntarme nunca, me compró un escritorio y un día, cuando llegué a casa y me lo encontré junto a mi cama, ella me dijo: Aquí vas a dibujar más cómodo y tienes dos cajones donde guardar los lapiceros y el papel y todo lo demás. 

Al principio, me sentí raro. Yo imaginaba tener algún día un tablero inclinado como el de los grandes dibujantes a los que admiraba, todos ellos dibujantes de comics: Jean Giraud, Franquin, Crepax, Yves Chaland, Hergé, Jacobs, Corben, Steranko, Jack Kirby, Daniel Torres, Milton Caniff, Pazienza, Romita y muchos más. Y en lugar de esto, y sin pedirlo, tenía un escritorio plano y bonito y caro.

Mi escritorio era plano y bonito, y no era un tablero de dibujante. Pienso en lo mal que se sintió mi madre viendo cómo yo seguía dibujando sobre la cama, a pesar de haber pensado en mejorar mis condiciones de trabajo, comprando un escritorio mucho más caro que la mierda de tablero que yo imaginaba. 

Después de esto, nunca he tenido ese tablero, porque luego nunca más he querido tenerlo, y todas las mesas que he comprado han sido planas.

Mi madre descubrió, entonces, que tenía un hijo al que no conseguía entender y al que tenía que dejar por libre. Decidió enfocar sus esfuerzos en el hijo mayor y en el hijo menor y dejarme a mí en medio de mi propia vida. Aunque yo siempre he sido el único que me he ocupado de ella. Pobre mi madre, a la que tantos disgustos he dado, y que de forma segura, fué esta la primera vez que la hice sentir tan mal. Luego vinieron unos cuantos más momentos en los que la seguí defraudando.

Por entonces hacía tantos dibujos que pronto empecé a tirarlos o a regalarlos. No tenía donde guardarlos. Pilas de papel por todas partes. Algunos dibujos, los mejores, los escondía bajo el colchón, pero al final eran tantos, también los mejores,  que tenía que sacarlos y decidir que quería quedarme o tirar a la basura. Al final todo desapareció. Todo fué a la basura. Nada queda y nada quedará. Porque dibujar es un camino y los dibujos son pasos que das.

Dibujar es barato y lo puedes hacer en cualquier sitio. 
Dibujar es lo mismo que pensar.

Como la dedicación no era suficiente para mejorar mis capacidades, también hacía trampas. Para superar los dibujos de mi primo y de mi hermano y de mis compañeros de clase, y los dibujos de los grandes dibujantes que veía en las revistas de comics, dibujaba y calcaba y copiaba y hacía todo lo necesario para hacer un buen dibujo. Y también aprendí muchas formas de falsificar un buen dibujo. Hacía lo que entonces me parecían trampas para poder enseñar mis dibujos mejorados,  ante mis competidores. Todo valía en favor de un dibujo bien hecho. Eso es todo lo que quería, un dibujo del que poder decir que era un buen dibujo.

Esto de hacer trampas,  me lo enseñó un amigo. Se llamaba Alejandro. Entendí que como quería dibujar como yo y no lo conseguía, empezó a calcarme y a calcar a los dibujantes que me gustaban y después, cuando íbamos a comprar tebeos, él robaba los tebeos y yo ponía la cara cuando nos pillaban. No me importaba. Me parecía bien robar tebeos. Yo creía en él. Él me pedía que le dibujase cosas que le hacían falta para sus tebeos y luego me los calcaba. Muchas veces me pedía mujeres desnudas. Yo estaba contento. Si me calcaba a mí y no a Jordi Bernet, con lo que nos gustaban a los dos, las mujeres que dibujaba el Jordi bernet, es que yo lo estaba haciendo bien.

Alejandro nunca mejoró sus capacidades en el dibujo y luego dejé de verlo por un tiempo. Se fué.
Una noche de vuelta al barrio le intentaron atracar y él terminó clavando una navaja en el ojo del atracador con resultado de muerte. 
La familia del muerto, que era gitano, entendió la situación como un agravio que vengar. 
Mi amigo y toda su familia desaparecieron del barrio de un día para otro. Unos años más tarde la hermana de mi amigo se convirtió en una presentadora de gran audiencia en la televisión. 
Nunca he vuelto a ver a Alejandro. Alex.

En cuanto al dibujo...
El dibujo siempre me ha servido para entenderme con el mundo y para sobrevivir. Para entrar dinero en casa y salir de muchos apuros. Económicos sobre todo. El dibujo me ha salvado.
Siempre he pensado que saber dibujar me ha sacado de todos los  problemas.
Con el dibujo he conseguido vender proyectos que no sabía como hacer, pero Sí dibujarlos. Aunque luega tocaba aprender cómo hacerlos.
Dibujar ha sido mi sustento, siempre. A mis clientes les digo: "Si se puede dibujar, se puede hacer"
Esa es mi disciplina: El dibujo.
Y ahora voy a ver como reinventar este mundo que se cae a pedazos... Dibujando...

En eso he pasado los últimos 15 años, intentando hacer un relato lleno de palabras olvidadas y que muchas veces me cuesta saber cómo escribir de forma correcta, que acompañen mis dibujos.

Dibujar es barato y lo puedes hacer en cualquier sitio. Dibujar es lo mismo que pensar.
Caminar también es lo mismo que pensar.
Mis dos tareas favoritas serían caminar y dibujar. 
Leer también es barato: Caminar, leer y dibujar.
Si caminas y lees y dibujas, te toca escribir.


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