No puedo huir de quien soy.
Sin reparos he mostrado mis rasgos comunes a la gente,
dos ojos, dos orejas, una nariz y una boca,
tal vez porque tengo algo que ocultar.
Cuando vi de nuevo a mi amigo muerto
en una habitación de ladrillos sucios
su sangre y sus intestinos estaban esparcidos,
estaba húmedo sobre la mesa de operaciones
como una canoa en un cenagal.
Ya no llevaba nada consigo, nada ocultaba.
No quedaba más que la luz cegadora de un tubo fluorescente.
La luminosidad es más terrorífica que la oscuridad.
Contra el mar brillante incluso lo horrendo parece hermoso.
De frente al infinito nos convertimos en un grano de arena.
A nuestros oídos llega el sonido de las olas, tan distinto del abuso y la risa.
Si llega mi hora de ir a la llamada Tierra de la Pureza
y se escrutado minuciosamente por alguien como Buda o los ángeles
¿cuál debería ser mi expresión en un momento así?
Oculto cosas que habré perdido cuando sea inmortal,
ignorante de que las escondo.
Rodeado por gente severa, bloqueando los ruidos de la mortalidad,
estoy quieto en la sombra escabrosa de los árboles del invierno temprano
...
Shuntaro Tanikawa
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