martes, 10 de abril de 2018

La delgadez de tu recuerdo florece por todas las esquinas


Paseando por el centro de Madrid y pensando en lo absurdo que es no saber adónde ir. Parece cualquier día porque hace meses que todos los días parecen el mismo. Llueve sin parar esta Primavera y todo está cubierto de agua. Las calles son todas conocidas. Te vistes las calles como un abrigo. Caminando sin rumbo, mirando los portales y luego los  balcones y mas arriba las siluetas de los edificios recortados sobre el gris del cielo nublado. 

Pareces idiota sin saber que hacer con los próximos veinte minutos, en una ciudad donde todo el mundo camina o conduce con prisa y donde parece que todo responde a un propósito muy claro. Piensas que a nadie se le ocurre pisar el centro de Madrid sin un objetivo, sin tener que hacer. Pero como llueve sin parar, te consuelas sabiendo que nadie se va  a dar cuenta de tu falta de propósito. 

Paseando, reconoces lugares de tu pasado, algunos con cariño y otros donde es mejor no volver a entrar. Amigos olvidados en portales de los noventa. Antiguos compañeros de trabajo de los que no recuerdas el nombre pero sí el lugar. Discusiones que desaparecieron en un traspaso de negocio. Tras las ventanas, de algunos edificios, las mujeres a las que amaste envejecen sin saber de ti. La delgadez de tu recuerdo florece por todas las esquinas. Invitaciones rechazadas. Encuentros fortuitos. Llamadas perdidas. Y un montón de datos geolocalizados sin importancia aparente.

Todos tus recuerdos conducen a ninguna parte. El paisaje recoge toda tu experiencia y sin embargo desdibuja tu presencia al momento. Es inútil querer permanecer. No vamos a ningún sitio. No hay posibilidad de llegar a ninguna parte. Los trenes no te llevarán. Los autobuses no te llevarán. No hay taxis libres.

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