Estamos
preparados para la autodestrucción. La forma socialmente aceptada
para la autodestrucción es el suicidio. El suicidio se considera una
enfermedad urbana, que se transmite entre personas, posiblemente
deprimidas o angustiadas, en ciudades como ésta. Pongamos que hablo
de Madrid.
La autodestrucción es rápida desde un piso 21. Las
ciudades en las que abundan pisos altos tienen ventaja respecto a
este tema. En Madrid no abundan plantas tan altas, por eso nos
conformamos con un octavo o un noveno, en el mejor de los casos.
Pero
la mayoría de los madrileños viven en un tercero. Desde un tercero
es bastante complicado autodestruirse. Desde un tercero es más
probable una lesión irreversible o múltiples fracturas o un
traumatismo craneoencefálico. Hay alguna posibilidad de
autodestrucción desde un tercero, pero la estadística no es
definitiva.
Por eso tenemos el viaducto cerrado al paso de
los madrileños. El puente de los suicidios se cerró en 1998. Desde
un principio no sirvió para nada más que para arrojarse al vacío.
Todos quieren tirarse desde este puente. Es porque desde su terraza
quedarían paralíticos.
Ahora, no hay posibilidad ninguna
de autodestruirse desde la calle Bailén. Hay otros métodos
como el gas, o el ahorcamiento, o tirarse a las vías del tren, o una
sobredosis, electrocución, apuñalamiento, axfisia. Pero entendemos
que no son tan definitivas y limpias como saltar desde una gran
altura. Ni siquiera tenemos armas de fuego. La escasa posibilidad de
autodestrucción, en Madrid, hace que nos planteemos otras vías de
escape.
No hay comentarios:
Publicar un comentario