domingo, 22 de febrero de 2015

Buenas noches


Ya es de noche. Esto no es un sueño porque no estoy dormido. Pero estoy aturdido, estoy flotando. Escribo en mi cabeza este texto sin ningún sentido. 

Bajo las sábanas,  el mundo gira alrededor del hombro desnudo que asoma de una camiseta sin mangas. Un mechón de pelo que me hace cosquillas en la nariz. El calor de un cuerpo de mujer a mi lado en una cama estrecha. 

La mentí. Puse azúcar en el salero y durante semanas tuvimos huevos y filetes dulces. Le decía que todo le sabía dulce porque era feliz. El sabor de la felicidad. Ella pensó que había perdido la razón, o que le pasaba algo en el paladar. Antes de que pidiese cita en el médico volví a cocinar con sal y entonces pensó que yo tenía razón y que durante unos días había sido tan feliz que hasta lo había podido saborear en cada comida. 

Intento dormir. Recuerdo cuando de pequeño rezaba en la cama juntando las manos, y en seguida me dormía profundo. Luego dejé de hacerlo. Ahora junto las manos y experimento algo parecido a la calma, pero ya no rezo. 

La semana pasada me bajé dos estaciones de metro antes de llegar a casa. Estuve andando intentando escuchar el sonido de mis pies y el roce de mi chaqueta. Caminando es cuando  me ocurren las cosas mas importantes. Caminando no pienso en nada. Siento el hueco que hay dentro de mi. Pienso que mi cuerpo se mueve para mantener las cosas en su propio espacio. En este lugar por donde paso, soy la ausencia de lugar. Siempre es lo mismo, dondequiera que estoy, soy lo que falta. Cuando camino, me separo del aire y después el aire vuelve a ocupar el espacio que desocupo. Una y otra vez el aire llena lo que antes fue mi cuerpo. Todos tenemos razones para movernos. Yo me bajé dos estaciones antes para colaborar con el espacio y mantener las cosas en su lugar.

Estoy aturdido, estoy flotando. Estoy prácticamente dormido cuando dejo de escribir. Me doy las buenas noches.

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