domingo, 30 de noviembre de 2014

PALPITACIONES



Mi tía Louise se suscribía a Photoplay,
Escribía cartas a los artistas y tenía
Un libro en que coleccionaba sus fotos.
Lo hizo por tanto tiempo, que empezó a
alucinar. Es pura mentira, decía mi papá,
pero yo le creía a mi tía Louise que
el estrella de cine Richard Egan se había
enamorado apasionadamente de ella,
viajaba desde Hollywood hasta Colton,
California, para reunirse con ella los
sábados por las tardes en el puesto de chili dogs
en el boulevard Mt. Vernon. Sólo deseaba tomarla
de la mano, nada más, le juraba mi tía de 16 años
a su papá, un tejano ferrocarrilero de ideas extremosas,
que sacaba la pistola, la limpiaba, la cargaba
y trataba de sorprender al Richard Egan en
el puesto de chili dogs en el acto con su pequeña.
Pero siempre llegó tarde, Richard Egan acababa
de alejarse, unos momentos antes, de regreso
a Los Angeles, en su Coupe de Ville rojo del 54.
Un día de estos, un día de estos, decía mi abuelito,
voy a agarrar a ese hijo de perra, y mi papá decía,
carajo, todos están locos, y salía de la casa a crujir
los dientes. Después, camino a nuestra casa en Long Beach,
mi papá decía que si Louise fuera su hija
aunque tuviera 16, se quitaría el cinturón y le metería un poco
de sentido a nalgadas, y yo sabía que sí lo haría,
así que nunca le dije cuando Robert Wagner empezó a
asomarse por la ventana de mi recámara en las noches
de luna llena.
...

joan jobe smith

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