Cuando se muere un hombre no cambia nada. Un golpe de aire pasa de la ventana de la cocina a la ventana del dormitorio y la puerta de la entrada se cierra de golpe. Los coches se mueven contagiando de atascos los ramales de circunvalación. Las nubes se extienden copando el cielo en amenaza de tormenta. Un gato se lava la cara. La calle está llena. Alguien termina su jornada de trabajo y cierra la puerta de la oficina. Una madre lleva a su hija a casa, después de recogerla de la guardería. Compra galletas por el camino. Su hija sonríe. El autobús gira a la izquierda. Un ascensor desciende. Quedan granos de azúcar sobre la mesa de la cafetería. Un hombre compra una bombilla en la ferretería de su barrio, paga y dice gracias para despedirse. Un taxista polaco espera en un paso a nivel mientras escucha la radio y jura en su propio idioma que nunca mas le será infiel a su mujer. El cielo a esta hora ya se ha vuelto gris como el cemento. El asfalto está mojado. Una anciana descalza se sienta delante del televisor, en el sofá de su casa. La gente anda con prisas cerca de las bocas de metro. Un ordenador zumba demasiado fuerte porque su ventilador está a punto de reventar. Cuando se muere un hombre todo sigue igual. No podía ser de otra manera. Cuando se muere un hombre no cambia nada.
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