viernes, 31 de octubre de 2014

Porque no te rompo la cara a ostias


No tienes porque hacerlo. Ya sabes. Todavía puedes cambiar de parecer. Puedes volver a casa y contar hasta cien y pensar en lo que pierdes. Enseñas la espalda antes que tener que mentir. Porque mentir es como una droga. Piensas que estás haciendo esto por una causa mayor. La causa mayor: El Arte. Por el Arte, para el Arte, de el Arte. Tu eres parte de todo esto que prefieres llamar Arte. Ves ese algo dentro de ti y no quieres que te defraude. Quieres frenar, desacelerar el ritmo. Que la música sincronice el compás y sea banda sonora. Que la vida se convierta en filosofía, sin cirujía, sin tóxicos, sin slogans. Seducir. Ser seducido por el devenir de las cosas. Sentirse en posesión de la belleza. La propia belleza y la belleza próxima. Apreciar la belleza ajena y por último saborear toda esa belleza. Tragar toda la luz, desde el principio. No desviar la vista. Contemplar el amanecer. Pensar en un ballet. Acabar con las prisas. No hay prisa. Puedes tener lo que quieras, puedes tener todo lo real y todo lo que sea posible comprar. Tienes superpoderes. Una mirada afilada y capacidad de volar. ¿Por qué no puedes ser normal? ¿NORMAL? No, vas a elegir dejar el amor para los románticos, el dinero para los codiciosos y el poder para los sicópatas. A ti te basta con la materia del mundo, pisar tierra y caminarla y pensar que a cada momento el mundo no volverá a estar en  lo que acaba de ser. Un millón de cosas como éstas hacen que evite la idea de romperte la cara a ostias mientras me voy a mi casa y olvido tu nombre.




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