viernes, 31 de octubre de 2014

LA MORFINA DE MI MAMÁ Y YO




El médico de mi mamá dice que Deukmejian y la DEA
están siempre al tanto de los californianos
que tienen receta médica para tomar morfina, así
que tengo que viajar cinco millas cada semana
para recoger en persona El Triplicado, un papel beige,
tan valioso como un cheque bancario, y luego viajar
otras cinco millas hacia el otro lado de la ciudad
a la única farmacia que vende la morfina líquida
de mi mamá. En el camino paro a comprar la mía en
la tienda Trader Joe´s, del tipo californiano:
jeringas verdes de sauvignon blanc, chablis, chardonnay,
Sebastián Eye of the Swan después tomo a sorbos
de un vaso de plástico para atontar la Vida
mientras le doy de cenar a mi madre en cucharadas.



"Ahora sé porque tomas vino", me dice,
como buena cristiana, abstemia, porque
nunca ha aprobado de que tome. "Drogada se acerca
uno más a Dios", me dice, viendo la Sixtina en el techo
de su casa, inquieta, lamiéndose los labios,
medio centímetro cúbico de morfina del mismo color
que el Windex. Le doy en las mañanas y al acostarse,
en jugo de manzana, una dosis, que para sus 70 libras,
es más fuerte que 100 dólares de heroína en L.A.
para un drogadicto de venas marcadas.



Triste y avergonzada, tanto por su adicción como por su
enfermedad, a veces llora al sorber con un popote la
última gota de morfina de la taza, y a veces me imagino
a Deukmejian y la DEA, tumbando la puerta de la recámara
de mi mamá -como conquistadores gritando "Eureka"-
picándonos con sus lanzas, dos paganas es cierto,
ojos rojos, drogadas, desnudas con pecado y muerte.
... 

No hay comentarios:

Publicar un comentario