Me hubiese gustado ser un trovador cubano y beber whisky del mejor. Etiqueta negra, rosa o fucsia. Ir por el mundo con mis canciones de protesta. Despertar un día en Berlín con una berlinesa. En Tailandia con una pequeña. En Galicia con una gallega. Ser un referente. Un líder. Loas a Fidel y todo eso. Componer canciones que hablen de la libertad de la mariposa. Con letras de hondo contenido poético. Por ejemplo: Estaciono mi corazón al lado de la revolución. Veo en tus ojos el claro amanecer de un día sin disparos. Por ti los arreboles del crepúsculo se convierten en pan. Pienso en mi madre y estalla una granada en el fondo de mi corazón. Pero no. No se me dio.
Nací cerca de la Antártica. Con un viento de mierda que nunca cesa. Bebo el peor vino posible y me despierto con ganas de matar al planeta. Todas las chicas al verme huyen disparadas. Escribo el mismo mal poema desde hace un siglo. Lo siento. Soy un perfecto idiota. Un perfecto perdedor que nunca será invitado a Palacio. La trova para los cubanos. Y para otros especímenes similares. Pero algún día cuando ya no esté, se hablará de mí. Se dirá: ese hijo de puta siempre quiso ser un trovador cubano. ¡Vaya mierda!
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