La conocí en la fiesta que daba Esteban en el Bar Cristal. Era la más linda. Loca desaforada. El culo más lindo occidental y cristiano. Tenía las caderas más contorneadas de Oriente. Las piernas más largas de Norteamérica. Una verdadera belleza asiática. Se llamaba Tracy. Todo el mundo pendiente de Tracy. De su culo, sus tetas, sus piernas, su baile africano. Todos vueltos locos. Me tomó de la corbata y me arrastró a la pista. ¿De dónde eres cabrón? Me preguntó. Le expliqué. Me refregué. Me manoseó. Me dijo: tienes una buena herramienta pinche culero. Es para ti si tú así lo quieres le dije. Lo quiero me dijo. Pero agrego, eso sí sin amor, yo sólo quiero sexo sin amor. Está bien le contesté. Nos despedimos de Esteban con dirección a mi casa. Nada más subir al auto nos echamos un polvo magistral. Llegamos a casa y fue el fin del mundo. Ya no era solamente sexo. Me comenzó a decir mi amor. Más fuerte mi amor, dale amor, pégame amor, te amo amor. Me muero mi amor. Toda esa cantilena. Me costó desprenderme de esa mina de mierda a la que sólo le interesaba el amor.
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