Te lo digo en serio. No conoces nada de mí. Ni siquiera aquello necesario y elemental. Posiblemente algunas señas particulares superficiales. Mi nombre y un poco más. Datos. Luego mi familia, mis amantes, mi libro favorito, mi película, mi club de fútbol. También algunos de mis poemas. Y algo más. Un poco más. Lugares en los que he vivido. Algunos lugares en los que he vivido. Una hija no reconocida. Una celda en Río Gallegos. Mis trabajos en Buenos Aires. Y eso. Y un poco más. Hemos vivido juntos por años y eso conoces de mí. No conoces nada de mí. Nada de mí. Me preguntarás si todo aquello me parece poco. Te digo que sí. Que todo aquello me parece poco. Que eso no es nada. No conoces nada de mí. Te podría contar un aluvión de acontecimientos no revelados. Quedarías pasmada. Fantasías disparatadas. Deseos reprimidos. ¿Qué pasó conmigo en Dublin? ¿Seré acaso un asesino en serie? Por qué no. Dime por qué no lo sería. Qué opinas. ¿Lo seré? Nadie conoce a nadie. Aunque vivas doscientos años. Nadie conoce a nadie. Lo mínimo. Ni siquiera nuestra próxima jugada. Dormimos abrazados durante años con seres desconocidos. Soñando con otros seres desconocidos. Festejando bodas, casamientos y días de Acción de Gracia. Ni el mejor espía sabe nada de nadie. Buenos días, buenas tardes, buenas noches. Llevamos dentro un héroe y un villano. Eso somos. ¡Felicidad en los parques! ¡Vacaciones en Marbella! Los nietos sentados en las rodillas. En las rodillas de un malhechor. De un santo varón que hizo volar un avión. Cada ser humano merece un altar. Un fusilamiento. El olvido.
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