Estoy ahí en la puerta de casa sin nada que hacer y veo pasar a Dios en bicicleta. Lo llamo y me presento. Hola qué tal cómo estás y esas cosas. Le digo que necesito trabajar. Si puede hacer algo por mí. Que estoy en la mala. Que necesito imperiosamente un trabajo. Le muestro mis zapatos rotos. Tres días sin afeitarme. Con todos los problemas que tiene sé que no debo abusar. Sé perfectamente que tiene problemas en más de la mitad del mundo. Pero ya que está ahí, aprovecho. Le digo que soy listo. Que medianamente soy un buen tipo. Que Él lo sabe. Que supongo que lo sabe. Me escucha. Mece su barba blanca. Mientras le hablo lo noto impactado. Eso creo. Sus ojos azules brillan en la escarcha matutina. Una bandada de gorriones pasa sin rumbo fijo. También pasa un carro policial. No dice nada pero sé que me escucha. Eso creo. Creo que me escucha. Me pregunta para cuándo quiero el trabajo. Le digo que para hoy mismo. Que es urgente. Me dice que me tendrá en cuenta. Que nada puede hacer en ese momento. Pero que a la vuelta de la boda de un príncipe europeo en donde está invitado, se abocará a mi asunto. Eso me dice y parte raudo. No le creo. Lo entiendo.
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