Lorena (30), me llama. Le digo que está bien, que la espero a las 10. Con exquisita puntualidad chilena, llega a las 11. Me da un beso y me pregunta qué tengo para tomar. Sabiendo que sólo toma ron, le digo que pida cualquier cosa, que tengo de todo. Me pregunta si tengo ron. Le digo que sí y le sirvo. Me cuenta que es difícil hoy en día, encontrar un oído atento. Un ser receptivo y solidario. Alguien en quien confiar. Que ella pagaría cualquier cosa, para que alguien verdaderamente la escuche. Le digo que aquello no es necesariamente así. Que siempre hay alguien en quien apoyarse. Que somos muchos más de lo que ella cree, somos muchos los que estamos dispuestos a escuchar a nuestros amigos. Me lo agradece, también me agradece el segundo vaso de ron. Durante dos horas y seis vasos de ron, me relata una retahíla de malos momentos. Su padre preso. Su madre embarazada de su amante. La ruptura con su pareja. Un accidente en la ruta 9, en donde se fracturó una pierna. El atraso de las cuentas de luz, agua y gas. Amén de otras cosas, que por decoro no voy a contar. Ya a punto de irse, le pido si me puede hacer una fellatio. Se sorprende. Me dice que cómo le digo eso. Le digo que ella misma lo ha dicho. Que pagaría cualquier cosa para que alguien la escuchara. Yo te escuché y tú también podrías ser solidaria conmigo. Yo verdaderamente necesito una fellatio. Se ríe. Le digo que aunque sean 3 minutos. Vuelve a reírse. Me pregunta si tengo reloj. Le digo que no tengo, pero que puedo contar mentalmente. Me dice que sólo 3 minutos. Comienza. Pasan un par de minutos y me pregunta si estoy contando, le digo que si. Me pregunta cuánto va, le digo que 1 minuto. Sigue. De nuevo me pregunta si estoy contando, le digo que sí, que estoy en 80 segundos. Dejo de contar, de engañar con mis cuentas. Más o menos cuando han pasado 10 minutos, me pregunta si falta mucho para los 3 minutos, le digo que ya falta poco, que siga. Cuando ya creo ir en los 15 minutos, me dice que se cansó. Le digo que yo también.
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