jueves, 10 de noviembre de 2011

La flor más linda de la Patagonia



mis quince años estuve enamorado de la flor más linda de la Patagonia. La encontré ayer por calle Bulnes. Golpe de efecto. Seguro que su maquillador ganó un Oscar. Y no estábamos en Halloween. Pero ella es la que habla: Hugo, no puede ser, apenas te reconocí, se te ve bastante acabado, qué te pasó. Cuarenta años sin saber de ti y si no es por Brenda no te hubiese reconocido. Bueno ha pasado mucho tiempo y la gente cambia, pero en verdad que tu has cambiado mucho, gordo, pelado y encogido, jamás te hubiera reconocido. Pero eso sí, conservas ese aspecto despectivo y orgulloso que daba miedo. Esa mirada que hace temblar. Brenda me dijo que habías regresado al pueblo y no lo voy a negar, tenía ganas de verte. ¡Que bueno encontrarte! A la flor más linda de la Patagonia, nunca nadie le dijo que no lo diga. Tenía la sinceridad de un cirujano. Era cruel a carta cabal. Deportista, corría los cien metros. Y hermosa, no hay mujer hermosa que en determinado momento no ejerza cierta crueldad. Le pedí a Brenda que me dejase a solas con ella. Paseamos por el pueblo que también había cambiado. Ahora lleno de hoteles, hostales, restaurantes y turistas. ¡Y semáforos! Fuimos a la playa, si a ese roquerío se le puede llamar playa. Una tarde apacible, cisnes de cuello negro en el mar, el cielo rojo intenso, nubes azules, cormoranes en el viejo muelle. Es que tienes que verlo para creerlo. Si hubiese llegado Vivaldi en aquel momento, creo que lo hubiese arruinado todo. Por un instante pensé lanzarla al mar. Luego me contuve. Seguí con ella paseándola en su silla de ruedas. Preguntándole naderías. De qué habían muerto sus padres. Esas cosas. Esas cosas sin importancia. Luego la llevé a su casa. La acomodé como pude. Le di un beso en la frente. Fui todo un caballero. Me marché.

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