domingo, 11 de septiembre de 2011

Me compré un abrigo largo


Había fracasado en casi todo. En todo. Hasta en lo más mínimo. Entonces decidí ser poeta. Me compré un abrigo largo. Una boina. Lentes. Unos zapatos raros. Puse cara de melancolía. Me convertí en poeta. Profesión: poeta. En los lugares más inverosímiles me presentaba como: poeta. Y así fue acrecentándose mi fama. Ahí va el poeta. ¡Hola poeta! Cómo le va poeta. Usted qué opina poeta. Hasta que un día conocí a un verdadero poeta. Una mierda de tipo. Entonces decidí ser sicario. Es una lástima. Pero todos mis trabajos no me conducen a ningún poeta. He matado a mujeres infieles. Hombres cornudos. Problemas de herencia. Narcos que se quedan con todo el alijo. Esposas de ministros y subsecretarios. Y un largo etcétera. Pero nunca nadie me pidió matar a un poeta. Será de Dios o del Diablo. Será -posiblemente- que nadie los quiere. Que nadie los odia. Ni siquiera vivos. Ni siquiera muertos. Yo que con tanto placer y ardor, hubiese disparado a Neruda. Degollado a Whitman. Cortado en pedacitos a Dylan Thomas. Ahora no me queda más que ir por el mundo matando gente inocente.

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