Descubrí la Kloster porque a mi padre le gusta ir a un par de librerías viejas sobre república de cuba, así que seguido después de encontrar algunas cosas interesantes nos pasábamos a la kloster. Comenzaba a ver a Ayesha también, muchas veces me llamaba y al escuchar de fondo a Julio Jaramillo, sabía que estaba bebiéndome algunas cervezas.
Aye y yo siempre bebíamos en la Roma, de casualidad nos encontramos con un lugarcito, una fonda que por las noches era un improvisado bar con cubetazos de cerveza, 50 pesos por 6 león, tres cubetas nos eran suficiente para después subirnos al auto y terminar en moteles de avenida Zaragoza.
Yo me rompí la mano, ella se indignó y aún así quedamos de vernos por última vez; en esta ocasión sin auto, con mi mano hasta el hombro enyesado y sin medir las consecuencias. En la Kloster Ayesha estaba ya muy dopada, su mirada perdida y reía inesperadamente cuando con desesperación tecleaba su móvil, ni idea a quiénes iban esos msg de texto. Fue una noche desagradable, después fuimos al uta en donceles y todo fue peor; ayesha dopada, riendo, y yo desesperado por salir de aquel lugar.
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