Todavía muy cerca del mono originario, armados de colmillos y de zarpas, cubiertos de pelo, las mandíbulas salientes y la frente deprimida, era natural que nuestros prehistóricos antepasados se portaran como bestias salvajes. No dejaban de serlo. Las hembras no eran para ellos más que un botín que se disputaban a la fuerza, y hasta me imagino que se olvidarían de pedir su consentimiento a las azoradas compañeras. Conquistadas en ruda lucha, era necesario que luego pagaran con su trabajo la manutención que les otorgaba el dueño, quien imponía a su sierva toda la labor que a él no le gustaba. Todavía no estamos muy lejos de eso, pues, en la mayoría de los actuales pueblos primitivos, la mujer es considerada y tratada como una bestia de carga.
Siempre sucedió lo mismo. Los nobles no querían que los burgueses se emanciparan, porque se consideraban superiores. Los burgueses hoy no quieren que los trabajadores se liberten; también se creen superiores. Los militares quieren sobreponerse a los civiles, y los curas a los laicos. Los civilizados miran con desprecio a los salvajes, sin reparar que la distancia que les separa solo es un accidente de la evolución general. Cada pueblo se cree superior a los demás. Cada uno de nosotros créese ser más sincero que el resto de los hombres. La idea que tiene el hombre respecto a su superioridad sobre la mujer, no tiene fundamentos sólidos. Es una ilusión nacida del deseo de dominar.
Es siempre el régimen del rapto y de la violencia convertido en honor por nuestros abuelos.
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"La_mujer_esclava"
"La_mujer_esclava"
de Henri Gauche
1900
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