Déjalo atrás en la siguiente ciudad del siguiente
país cuya lengua solo conoces a medias, es decir hasta
la página ochenta y ocho de la biografía de Gottfried
Benn, quien había visto el famélico animal de la guerra penetrando
las calles de Berlín por las que Käthe Kollwitz iba
de casa al taller, del taller a casa, acariciando
la piedra largo tiempo hasta que se transformó en el cuerpo
de su hijo muerto.
Los candelabros de los castaños se apagan lentos, el viento
arrecia y el sauquillo huele en el jardín, entierran
a unos desconocidos en una tumba grande como un lago,
abrazados entre ellos en el fondo, los cubrimos
con una cálida manta de memoria, no los despertamos,
soñaremos con ellos, nos acostaremos
en sus camas, llevaremos sus nombres, flirtearemos
con la nostalgia, pero toutes proportions gardées,
las noches son tan cálidas y un camarero italiano
te dice: Cara.
Así pues, déjalo atrás, ve al museo y mira
los árboles, esa sinfonía de ramas, esa aria de hojas,
tu vida en cuatro imágenes, el triunfo
de la hierba, la frecuencia del paso del tiempo como
una válvula del corazón que libera oxígeno, y después
invita a alguien a casa, el ruibarbo tiene un sabor
ácido, invita a vivos y a muertos, y hablad,
tenéis tan solo una posibilidad, y tantas perdidas.
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