Miles de palabras que se acumulan tropezando unas con otras en mi teclado. muchas de ellas rectificadas por mi dislexia. Palabras que acompañan dibujos. Palabras que a veces dicen más que lo que cuentan.
Yo no tengo propósito ninguno al escribir. Escribir para mí es como una jam sesion, una improvisación.
Solo miro el teclado y dejo que mis manos intenten alcanzar la velocidad del pensamiento.
Tecleo sin saber donde voy y lo que quiero decir, simplemente escribo. Me acuerdo de Henry Miller y su flujo de pensamiento y sigo enlazando palabras en el teclado, como Burroughs o los surrealistas, o como cualquiera que no le importe quien le lea.
Escribo por y para mí. Nadie me lee y nadie me corrige.
Luego, siempre me pierdo. Miro la pantalla y leo lo escrito. Corrijo y estoy atento al ritmo. El ritmo es lo que más me importa. Intento que las palabras vayan al ritmo de mi corazón tensionado.
Pienso que escribir es como caminar y que el ritmo de la escritura se debería acoplar al paso de mis derivas o paseos o caminatas o lo que sean.
Como luego no sé como llamar a esas cosas que escribo, decido que son poemas y que sirven para entender mis pasos al caminar.
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