Durante todo nuestro affaire de once años,
que se deshizo en actos de placer hasta la muerte
que ahora reconozco como amor, y que luego
siguen orbitando en los sueños más profundos,
en los cuales la memoria, motor de todo,
se regenera, no me importó nada
la vida fuera de las paredes de nuestra habitación.
La mano que borra escribe lo que es real,
y en ello estoy. Amé la vida y ahora veo
que fue una debilidad. Amé los pequeños
nacimientos y muertes que nos ocurren cada día.
Incluso la blanca saliva en tus dientes sensuales
fue espuma del amor, diciéndome: no es cierto,
después de todo, que nunca fueras amado.
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