Expresiones faciales descontroladas ante la aceleración de la historia y reducción del presente. Ejemplo gráfico nº4.
La ideología historicista que eleva a culto la historia quiebra la confianza de sus agentes en sus propias convicciones
morales porque les enseña que deben apoyarse sólo en las
normas confirmadas por determinada versión del “proceso universal”, y que siempre deben buscar en la historia la
confirmación para sus acciones. Según esta lógica, si la historia se desarrolla en la dirección de una sociedad justa y
feliz –un buen fin por sí mismo–, y responde a profundas
necesidades de sus agentes, entonces es necesario “abreviar
y mitigar los dolores del parto” (Marx, 1991: 8). En consecuencia, resultaría razonable ayudar al progreso de la historia, ya que siempre vencen aquéllos que adivinan su curso
y, lo que es más importante, alivian sus partos.
Igualmente
habría que marchar al ritmo de la historia olvidando los
propios escrúpulos y recordando que ésta justifica los
principios que perviven y triunfan. En la palestra de la historia,
a los vencedores no se les juzga y a los vencidos no se les
compadece.
La filosofía del historicismo interpreta el proceso histórico como un movimiento hacia un fin determinado provocado por el sujeto revolucionario; ya que a tal sujeto se le adscribe
el privilegio y la capacidad de la previsión histórica absoluta,
todas las acciones políticas se legitiman por su profecía del
futuro. Surge el tipo especial de sanción moral (el moralismo
político) que elimina la capacidad moral de juicio independiente y construye una moral universal con base en la filosofía
revolucionaria de la historia. El fundamento ideológico de
la política en correspondencia con la marcha de la historia tiene
consecuencias muy serias. En primer lugar, se libera el
potencial revolucionario de los cambios legitimado por la
necesidad de acelerar el movimiento histórico. En segundo
lugar, la política puede adquirir la predisposición a la violencia
y al terror. Y en tercer lugar, esta política, orientada por la
ideología historicista, se convierte en una actitud dogmática;
el dogmatismo nada necesita tanto como una doctrina
fortalecedora de las convicciones de sus adeptos por medio
de la afirmación escatológica: el tiempo mismo trabaja a su
favor. Los ideólogos del historicismo están convencidos de
que sus proyectos e ideales poseen la trascendencia
extratemporal y por lo tanto nunca, en ninguna circunstancia histórica, podrán ser cambiados. Por eso exigen a sus
seguidores buscar en la lucha social (que deberá llevar estos
ideales al triunfo) su predestinación suprema, considerarse
como eternos deudores de ésta. Están proféticamente seguros de que, después de su muerte, las generaciones venideras
continuarán su “causa sagrada” y la llevarán a su cumplimiento exitoso; al prevenir contra la confianza ciega en el
triunfo de cualquier proyecto “consagrado” por las leyes
férreas de la historia, Sartre (1994: 144) advierte: “tengo
que limitarme a lo que veo; no puedo estar seguro de que
los camaradas de lucha reanudarán mi trabajo después de
mi muerte para llevarlo a un máximo de perfección, puesto
que estos hombres son libres y decidirán libremente mañana
sobre lo que será el hombre…”.
Cada generación forja sus
proyectos e ideales aunque probablemente serán reemplazados por las generaciones venideras. No hay garantía de
que los hombres venideros, a favor de quienes sus padres
hicieron tantos sacrificios, no resulten ingratos y se mofen
de los gestos que a sus antepasados les parecieron tan nobles
y heroicos.
Es obvio que nuestros antepasados fueron, en algún tiempo, contemporáneos. Los griegos o los romanos antiguos no
sospecharon que vivían en la Antigüedad, y la gente del
Medievo no consideró que su tiempo era medieval. Sin
embargo, la contemporaneidad del presente (la
contemporaneidad viva) se distingue de la que ha existido
en el pasado por una sola cualidad: tiene futuro; sólo el
hombre contemporáneo, mientras vive, tiene futuro.
Nuestros antepasados, que ya murieron, no tienen futuro;
su futuro se quedó, de una vez y para siempre, en el pasado.
...
Mijaíl Málishev Krasnova, Pedro Canales Guerrero
La aceleración de la historia y la reducción del presente
Ciencia Ergo Sum, vol. 7, núm. 1, marzo, 2000
Universidad Autónoma del Estado de México
México
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