jueves, 8 de junio de 2023

Expresiones faciales descontroladas ante la aceleración de la historia y reducción del presente


Expresiones faciales descontroladas  ante la aceleración de la historia y reducción del presente. Ejemplo gráfico nº4.

La ideología historicista que eleva a culto la historia quiebra la confianza de sus agentes en sus propias convicciones morales porque les enseña que deben apoyarse sólo en las normas confirmadas por determinada versión del “proceso universal”, y que siempre deben buscar en la historia la confirmación para sus acciones. Según esta lógica, si la historia se desarrolla en la dirección de una sociedad justa y feliz –un buen fin por sí mismo–, y responde a profundas necesidades de sus agentes, entonces es necesario “abreviar y mitigar los dolores del parto” (Marx, 1991: 8). En consecuencia, resultaría razonable ayudar al progreso de la historia, ya que siempre vencen aquéllos que adivinan su curso y, lo que es más importante, alivian sus partos. 

Igualmente habría que marchar al ritmo de la historia olvidando los propios escrúpulos y recordando que ésta justifica los principios que perviven y triunfan. En la palestra de la historia, a los vencedores no se les juzga y a los vencidos no se les compadece. La filosofía del historicismo interpreta el proceso histórico como un movimiento hacia un fin determinado provocado por el sujeto revolucionario; ya que a tal sujeto se le adscribe el privilegio y la capacidad de la previsión histórica absoluta, todas las acciones políticas se legitiman por su profecía del futuro. Surge el tipo especial de sanción moral (el moralismo político) que elimina la capacidad moral de juicio independiente y construye una moral universal con base en la filosofía revolucionaria de la historia. El fundamento ideológico de la política en correspondencia con la marcha de la historia tiene consecuencias muy serias. En primer lugar, se libera el potencial revolucionario de los cambios legitimado por la necesidad de acelerar el movimiento histórico. En segundo lugar, la política puede adquirir la predisposición a la violencia y al terror. Y en tercer lugar, esta política, orientada por la ideología historicista, se convierte en una actitud dogmática; el dogmatismo nada necesita tanto como una doctrina fortalecedora de las convicciones de sus adeptos por medio de la afirmación escatológica: el tiempo mismo trabaja a su favor. Los ideólogos del historicismo están convencidos de que sus proyectos e ideales poseen la trascendencia extratemporal y por lo tanto nunca, en ninguna circunstancia histórica, podrán ser cambiados. Por eso exigen a sus seguidores buscar en la lucha social (que deberá llevar estos ideales al triunfo) su predestinación suprema, considerarse como eternos deudores de ésta. Están proféticamente seguros de que, después de su muerte, las generaciones venideras continuarán su “causa sagrada” y la llevarán a su cumplimiento exitoso; al prevenir contra la confianza ciega en el triunfo de cualquier proyecto “consagrado” por las leyes férreas de la historia, Sartre (1994: 144) advierte: “tengo que limitarme a lo que veo; no puedo estar seguro de que los camaradas de lucha reanudarán mi trabajo después de mi muerte para llevarlo a un máximo de perfección, puesto que estos hombres son libres y decidirán libremente mañana sobre lo que será el hombre…”. 

Cada generación forja sus proyectos e ideales aunque probablemente serán reemplazados por las generaciones venideras. No hay garantía de que los hombres venideros, a favor de quienes sus padres hicieron tantos sacrificios, no resulten ingratos y se mofen de los gestos que a sus antepasados les parecieron tan nobles y heroicos. Es obvio que nuestros antepasados fueron, en algún tiempo, contemporáneos. Los griegos o los romanos antiguos no sospecharon que vivían en la Antigüedad, y la gente del Medievo no consideró que su tiempo era medieval. Sin embargo, la contemporaneidad del presente (la contemporaneidad viva) se distingue de la que ha existido en el pasado por una sola cualidad: tiene futuro; sólo el hombre contemporáneo, mientras vive, tiene futuro. Nuestros antepasados, que ya murieron, no tienen futuro; su futuro se quedó, de una vez y para siempre, en el pasado. 

...

Mijaíl Málishev Krasnova, Pedro Canales Guerrero La aceleración de la historia y la reducción del presente Ciencia Ergo Sum, vol. 7, núm. 1, marzo, 2000 Universidad Autónoma del Estado de México México 
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario