sábado, 10 de junio de 2023

Expresiones faciales descontroladas ante la aceleración de la historia y reducción del presente.


 Expresiones faciales descontroladas  ante la aceleración de la historia y reducción del presente. Ejemplo gráfico nº5.

La paradoja del acontecimiento desencadenante El acontecimiento que traduce una aceleración de la historia se distingue del que expresa un simple cambio de perspectiva individual. Veamos el ejemplo de un estudiante que acaba de completar su formación universitaria: la entrada en el mercado de trabajo y la búsqueda de un puesto que represente puntos de inflexión mayores (los turning points de la sociología anglosajona). Si tiene éxito, este estudiante encontrará la perspectiva de una trayectoria estable. Pero si fracasa, multiplicará los contratos temporales y hará la penosa experiencia de una anomalía causal, pues los períodos regulares durante los que él se ha formado parecen tener menos consecuencias que los períodos más movidos, que ofrecen las oportunidades. Por tanto, los puntos de inflexión verdaderamente determinantes tienen la particularidad de que siempre acaban rediseñando una trayectoria profesional. Contienen, como indica Andrew Abbott, un potencial narrativo que la iniciativa personal o las amistades comprensivas contribuyen a realizar, y no se reducen a circunstancias azarosas.

Esta variación de carrera se inscribe en un proceso que está marcado teleológicamente. El individuo posee una representación de la meta. Actúa con vistas a maximizar las oportunidades de alcanzarla. Aparte del hecho de que superan el marco de las acciones de un solo individuo, las aceleraciones de la historia aparecen a menudo, a la inversa, como desprovistas de finalidad. Más bien, en el momento en que se producen parecen ligadas a un acontecimiento desencadenante excepcional que se afirma primero hablando su propia lengua. Se objetará enseguida que un proceso orientado teleológicamente se parece a una aceleración de la historia. Nadie negará que el progreso científico conoció una etapa decisiva cuando un hombre caminó sobre la Luna y que este acontecimiento coronó los esfuerzos constantes de una comunidad de científicos y expertos. Esto es una definición disponible de los cambios de velocidad histórica. Tal vez sea la definición en la que todo el mundo piensa espontáneamente. 

El análisis de los factores materiales de la aceleración del proceso histórico, y en especial del desarrollo exponencial de los modos de transporte y comunicación que reducen las distancias de una manera casi mágica, muestra hasta qué punto la metáfora de Karl Marx, que en 1850 compara las revoluciones con «locomotoras de la historia», resume las experiencias temporales de toda una generación en movimiento. La consciencia de los avances técnicos que marcan la segunda mitad del siglo XIX es un dato central del Historismus, entendido como una doctrina general del progreso. Pero las aceleraciones de la historia no tienen más que correlatos objetivos y una definición en cierto modo fisicista de sus acontecimientos desencadenantes que las interpretaría únicamente en términos de sucesión pura y acumulativa y se conformaría con identificar sus límites cronológicos exteriores, sin poder señalar el tipo de cambio que ellas introducen ni identificar la gama de reacciones mentales contradictorias que suscitan (los análisis de Reinhart Koselleck, por no citar más autores, parten de esta constatación).

Los acontecimientos asociados a fases de aceleración sin finalidad legible son de un género particular. Trastornan el equilibrio entre las variaciones internas mínimas y la fuerza de inercia, por lo general máxima, de una sociedad estable. Sumergen a los individuos en el espesor nuevo de una actualidad im-prevista, los obligan a menudo a reaccionar antes de actuar, y diseñan en el hueco del espacio público una línea divisoria irreductible entre un antes y un después. A la manera de una cámara de resonancia, estos acontecimientos re-percuten y convierten en otras tantas historias personales a lo que sale del or-den de lo político y crean a continuación una memoria indeleble que orienta por mucho tiempo el futuro de la acción. Por consiguiente, desde el punto de vista de quienes las viven en directo las aceleraciones de un proceso histórico se diferencian de los simples cambios de perspectiva e incluso de los procesos orientados teleológicamente por al menos tres aspectos: no son la consecuencia de un solo turning point, no restituyen a posteriori una trayectoria que habría sido premeditada, y el murmullo colectivo que ellas ocasionan pa-rece al principio indescifrable. Dicho de otra manera, las aceleraciones son casi siempre la consecuencia del cruce de varios puntos de inflexión cuyo desenlace nadie consigue anticipar. La razón es sencilla: en el hueco de estas aceleraciones de la historia se aloja la paradoja del acontecimiento desencadenante. Si analizamos ahora el ejemplo de una derrota militar, comprendemos que ésta nunca se explica in fin por el número de soldados presentes, por el sistema de reclutamiento que selecciona a mercenarios en detrimento de los profesionales, por la tasa elevada de pluviometría que vuelve pesado el terreno y reduce la visibilidad, por la evidente fatiga del estado mayor, ni siquiera por el grado de perfeccionamiento de las armas utilizadas. No es sólo la combinación de estas condiciones estructurales lo que provoca la derrota, sino también la diferencia específica que ellas introducen en el juego de las contingencias sincrónicas de la historia presentándose en un momento dado como acontecimiento individualizado. El historiador del ejército atribuye sin  dilación al acontecimiento de una derrota militar el aspecto de un fenómeno unificado que una datación precisa contribuye a circunscribir. Le presta retrospectivamente una causalidad legible y englobante, pero se da cuenta deque también este acontecimiento es el fruto de una síntesis inestable de facto-res no determinantes por sí mismos, a la cual se añade el carácter singular e irrepetible  de  su  formulación  definitiva.  El  sentido  del  acontecimiento  que imaginamos desencadenante desborda siempre la simple declaración de sus datos iniciales perceptibles. Pero el curso regular del mundo no es trastornado por una derrota militar, y una aceleración de la historia no se produce verdaderamente si el acontecimiento de la debacle no entra a su vez en relación con otros acontecimientos o  procesos  desencadenantes.  El  estallido  de  un  conflicto  también  depende, como se sabe, de unas reacciones gubernamentales imprevisibles y de eventuales lógicas secesionistas internas en las naciones implicadas, como atestigua cíclicamente el peso de los conflictos de intereses entre facciones rivales. Ningún acontecimiento desencadenante es químicamente puro. Lo que modifica los parámetros de la fuerza de inercia de una sociedad hasta el punto de reactivar el proceso global de sus operaciones colectivas es más bien la interacción  entre  acontecimientos  considerados  decisivos.  Así  pues,  importa poco intentar medir la velocidad de un cambio social o histórico en particular, pues éste procede cada vez de una especie de frotamiento entre los diferentes ritmos de las circunstancias que lo componen en última instancia. Abordada de esta manera, la paradoja del acontecimiento desencadenante se debe a que al fin y al cabo mezcla dos niveles de efectividad. Por una par-te, el nivel público y visible, que es parcialmente descriptible, ya que no total-mente inteligible, y que los testigos directos colocan espontáneamente bajo la figura de la unidad (esto es la asignación de una causalidad monolítica). Por otra parte, el nivel combinatorio, invisible y opaco, en el que el hecho de la interacción se afirma y se construye en paralelo a los proyectos declarados o solamente deseados de los individuos (esto es la naturaleza profundamente solidaria  o  incluso  interexpresiva  de  acontecimientos  cuya  talla  resulta  ser histórica). Esta paradoja explica que las aceleraciones de la historia sean unos procesos fuertemente indeterminados cuya intensificación, que se interpreta instintivamente en términos de una lógica de superación causal y acumulativa, remite de hecho a un orden combinatorio. Aunque las aceleraciones de la historia están emparentadas, en virtud de su complejidad interna, con el movimiento indefinido de las nubes, todo el mundo se empeña en traducirlas a los términos de la trayectoria rectilínea de una bola de billar a la que un empujón inicial basta para darle impulso (por retomar las dos representaciones del tiempo que Robert Musil opone constantemente). Ya se sabe que cuanto más serias son las consecuencias de un acontecimiento, menos fácil es pensarlo según sus causas. Sin embargo, siempre se le presta el rostro de un origen radical que provoca el paso brusco de una época a otra.

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Pequeña filosofía de la aceleración de la historia * OLIVIER REMAUD 1 École des Hautes Études en Sciences Sociales, París


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