Me sorprendo de la capacidad que tiene la mayoría de la gente de disculparse de casi cualquier cosa.
Me hago mayor y ya no me sorprende, pero sigue pasando.
La secuencia de hechos es tal que así:
Te jodo la vida, me llevo a tus hijos, te denuncio por todo y más y por lo que se me ocurra. Te mando matones para que te den una buena paliza. Te pego una paliza. Te miento, te estafo o te dejo una deuda con hacienda de por vida. Me quedo con tu casa, con tu dinero, con la casa de tus padres. Te llamo y te digo que mejor estarías muerto. Te amenazo de muerte. Te pido un favor y luego salgo corriendo con tu dinero.
Miles de euros perdidos en la confianza de una ex, un hermano o un tío de mi mujer. Heridas en el alma y en la piel. Canas y medicación de supermercado. La voz ronca de tanto gritar. Amigos que luego dejan de serlo y conocidos sin derecho pero que se lo toman.
La siguiente secuencia de hechos es tal que así:
Luego... Un día vuelves y me sonríes y quieres darme la mano o un beso o me dices que el pasado ya pasó y que todo está perdonado. Yo soy educado y no te mando a tomar por culo ni te rompo la cara. Simplemente no te hablo y no te hablaré nunca más. Que asco me das. No vales ni para canalla. Ya te puedes ir a la puta mierda de la que vienes. No pienso ir a tu entierro y no voy a dejar que vuelvas a acercarte a mí.
Yo pago. Siempre pago. Recojo los platos rotos y me vuelvo a armar. Siempre me toca arreglar el desastre. El precio del desastre se computa en años de deudas y de tristeza.
En el futuro estaré bien, porque no tendré este tipo de gente a mi lado.
Ya sé que
no voy a estar solo
y sé que
voy a estar bien acompañado
de gente
que me quiere.
Al final salí ganando.
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