Pude ver a David Bowie en directo dos veces y las dos veces me sentí especial. Yo, tan joven, tan lleno de esperanzas por entonces y tan atento a todo, viendo a alguien así.
Vicente en mi infancia fue como mi hermano siamés. Todo lo aprendimos juntos y todo era de los dos. Éramos casi la misma cosa. Uno moreno y uno rubio pero la misma cosa. Yo, el moreno, casi no hablaba porque mi primo hablaba por mí. Él siempre fue mejor en esas cosas.
Luego nos separamos y después nos separamos más. Ahora hace un montón de tiempo que no nos vemos. Años. Décadas. Es raro. Es más que mi hermano pero no sé nada de él. Me acuerdo mucho de él, pero no le llamo. El tampoco me llama. El tiempo pasa en contra de los dos.
Bowie murió.
Siempre he sentido un poco de culpa porque el fuerte siempre fui yo y él siempre fue el frágil. Él pensaba por los dos y yo me daba de hostias por los dos. Pero luego, muchas veces me necesitó y no estuve. Otras veces estuve y no lo ayudé. Otras veces le dije que fuese fuerte y lo jodí porque él no podía ser fuerte.
Nunca entendió que el problema no era él sino los padres. Se lo dije: Los padres no siempre son buenos. La vida muchas veces es un putada, pero no tienes que estar tan jodido.
- Vente conmigo. (le dije)
- Abandona a tu familia y ven conmigo. (le dije)
No fue así. Ahora comprendo que tenía que haberlo hecho de otra manera. Luego me alejé. Me fui muy lejos.
Ahora pinto a Bowie y le pongo los dos ojos del mismo color.
Lo envuelvo y se lo envío a mi primo, esperando que me diga que no he pintado bien el color de los ojos de Bowie.
No hay comentarios:
Publicar un comentario