Vi Solo yo, tú y el asombro, un documental del 2011 de Magdalena Chacón. La premisa es sencilla: la directora viaja a Puerto Natales a buscar a Hugo Vera Miranda. Vera es un escritor magallánico. Los escritores magallánicos, dicen al comienzo del documental, existen, pero no se conocen entre sí.
Es probable que, a esta hora —el reloj de mi computador dice que son las 08:25 p.m.—, Vera esté descorchando un vino y escuchando el viento que sopla por los fiordos y las laderas nevadas de los cerros del extremosur. En una entrada de su blog, que se llama inmaculada decepción y tiene un banner con la foto de Rimbaud, Vera anota: «Luego volveré a escribir. Eso dije. Y pasaron los días y un par de estaciones. Y el dique seco. Nada. No volví a escribir. A veces pienso que no volveré a escribir. No me angustia. No como antes. Pensaba que si no escribiese me moriría. Escribir era mi pasión y mi destino. Y ahora ya no. Puedo seguir viviendo en medio del tráfico. Con amigos y enemigos. Sin boletines de prensa. Casi sin contacto humano. Sin estar conectado. Sin enterarme de nada.
Puedo seguir viviendo sin amor, sin odio, sin dios ni galletitas caramelizadas. Y así voy por este mundo. Teniendo cuidado de los semáforos, los gobernantes y la policía. Destruí todos los artículos que hablaban bien de mí. Me conozco. Me queda el retrato de mi primera novia, una foto de Rimbaud y una carta que le escribí a mi madre a los nueve años. Ya puedo morir. O no. Aquello no tiene mucha importancia. Seguro que nos volveremos a ver. Amado lector.»
Como un Levrero sureño, el documental nos lo muestra escribiendo en una vieja computadora de escritorio. Es probable que Vera tenga conexión a Internet y vea extraños videos en Youtube o porno de japonesitas, como el uruguayo.
Chacón también nos lo muestra recorriendo Puerto Natales. «Ando buscando a un poeta: Hugo Vera Miranda. ¿Lo conoce?», le pregunta el poeta a un almacenero, a un vendedor de maní, a una mujer en un almacén o quizá esto último me lo estoy inventando. El caso que nadie lo conoce. Hugo Vera Mirada constata in situ su invisibilidad y parece gustarle.
En otro momento lo vemos evocando a su amigo, el escritor Ramón Díaz. Cuando habla de él, llora. Pienso en lo que dice Atahualpa Yupanqui: un amigo es uno mismo en otro cuero. «Amigo es quien puede ayudarte a hacer más linda la vida», dijo R. el otro día, citando la canción de Garfield y sus amigos. En su blog aparecen algunas reseñas de los libros de Ramón Díaz y también de Juan Mihovilovich. Como un padre orgulloso o un abuelo que se ruboriza y llora con los triunfos de sus nietos mientras mira tranquilo el horizonte y ve a la muerte y no le teme e incluso la desafía sin miedo como un viejo gaucho o un arriero en medios de las profundas gargantas de un cerro, Vera colecciona los triunfos de sus amigos que son escritores como él.
Vera, que además atiende un pequeño almacén de barrio, a veces se da el lujo de escribir poemas que uno podría fácilmente poner en su lista de favoritos. Como este:
En otro poema, habla de una nave espacial que se monta sobre la rama de un calafate de la cual bajan «mis profesores de escuela cantándome la canción del fracasado.» Vera es, a estas alturas del texto puede intuirse con claridad meridiana, un beautiful loser, que es probablemente la única forma de ser poeta en Chile.
No hay comentarios:
Publicar un comentario