Los últimos días en Malasaña fueron de mucho calor, poca gente y ningún recuerdo.
Cargar cajas y bolsas y limpiar las huellas. No respirar y apenas pensar.
Acaba un domicilio de diez años y no pasa nada. De pronto ya no estás, y te vas y ya está.
Si te buscan, ya no estás, te tienen que seguir hasta otro lugar. Porque no desapareces, te trasladas.
Sigues siendo lo que eras a pesar de tu ubicación, sigues estando, pero estás en otro sitio.
El sitio no hace que seas otro, pero te hace ser de otra manera.
Los primeros días en el nuevo lugar son siempre importantes porque sirven para plantear lo que vas a ser de nuevo, siendo lo mismo, pero en otro sitio.
El cambio más importante tiene que ver con la rutina. De repente conduces o no, viajas en metro o no, madrugas o no, comes en casa o no, y así con un montón de cosas que empiezas o dejas de hacer.
Al principio te sientes un poco perdido, porque puede pasar que te sobre o falte tiempo y no sabes muy bien como organizarte.
Una especie de Jet-Lag sin dolor de cabeza, aunque no duermas del todo bien.
Los últimos días en cualquier sitio, siempre son el final, aunque en realidad sean el principio.
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