viernes, 8 de noviembre de 2019

No quiero votar


Yo no quiero votar. No puedo votar. Eso de votar es un poco de idiotas. Los idiotas votan y luego aplauden a su candidato si resulta ganador y la emoción es tan grande que ya les da igual que al día siguiente hagan todo lo contrario de lo que prometieron, porque cuando uno vota y su voto da una victoria, es como sentirse con razón. Uno es la voz que preside, la que importa, y da igual lo que se haga después, porque eres importante.

Y si tu voto no da una victoria, tampoco cambia mucho la historia. Vas a estar cuatro años negando y criticando cualquier medida o ley u opinión del Gobierno residente. Aunque en muchas ocasiones hagan exactamente lo que el partido al que pensabas votar prometía en su programa. Porque al final todos hacen un poco lo mismo que es llenar los organismos públicos de gente de su confianza para después no saber que hacer, y como no saben que hacer, pues hacen lo que toca.

Y que pasa si no hacen lo que toca, porque el partido de turno que gana unas elecciones va de original. Pues que crean inestabilidad en los mercados y  los medios de comunicación se quejan y  todo termina en unas nuevas elecciones donde volver a recolocar los asientos.

Un estudio, en una Universidad de prestigio, dice que una razón de toda esta mierda es que se vota por sentimiento y es como ser del Madrid o del Barcelona. El voto es emocional. Y entonces si vas a votar, para que pensar si se puede sentir.

Yo no quiero votar. Miro la tele y aparecen los candidatos mayoritarios y me parecen todos unos gilipollas. Me lo parecen porque lo son. Ahí están el Casado, el Iglesias, el Rivera, el Sánchez y el Abascal. Podrían estar en un debate televisivo o cenando después en el asador donostiarra o en el restaurante de moda, se comportan de la misma manera. Son insoportables. No se van juntos a cenar porque no se aguantan. Son la representación máxima de la estupidez. Todos corresponden a un estereotipo. Desde el facha arrogante hasta el rojo con Chalet pasando por el Friki indeterminado con adoquines de muestrario. Luego acompañan la escena el representante del Gobierno en funciones que parece un maniquí y la derecha tradicional que no sabe si ser moderna o tirar por la nostalgia mas carca a favor de las encuestas. Es como de patio de colegio.

Ahora me dicen que tengo que votar, que la derecha siempre vota mientras la izquierda se divide. Que mi voto importa. Que hace falta. Porque la derecha piensa en la rentabilidad económica mientras que la izquierda se divide en las ideas. La derecha vota, la izquierda no. Y todo eso que implica que si no voto seré culpable de que la gentuza fascista que se asoma por todas partes tome el poder. 

Deseo que toda esa puta mierda de gente que presume de ser tan de derechas, tan patriota, tan moral y tan religiosa y que piensa que puede decidir sobre la condición, el sexo o el origen de los demás se pudra en la ignorancia de su propio ser. Pero no con mi voto. No quiero participar. Porque mi voto permite que esta gente esté discutiendo si ser homosexual es o no es una enfermedad o que si Franco era un dictador o no o que si a lo mejor es mejor prohibir partidos políticos contrarios a sus ideas. Mi voto me pone a igual con el que vota ser un hijodeputa. Y eso no me deja tranquilo.

Ahora, ¿que se puede hacer?, porque si no voto resulta que permito que esta misma gentuza obtenga posiciones de poder donde puedan decirme exactamente lo que puedo pensar o decir. Y si voto, pues participo de encumbrar al poder a alguien que desde antes me parece un mentiroso.

Debería votar solo para evitar que el fascismo crezca. 
Y no debería votar para evitar que los falsos profetas de la nueva izquierda aplacen la compra de Chalets.

El Domingo después de votar o no votar me tomaré el aperitivo con los amigos. Pasaré la tarde deambulando por la Latina, Me tomaré un GinTonic o varios y después seré Feliz de vivir en DEMOGRACIA.

El Lunes la misma mierda

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