Es lunes y son las 10:40 de la mañana. Estás sentado tomándote un café y leyendo el periódico y ves las fotos que retratan a todos esos tipos. Políticos, empresarios, sindicalistas, apostadores de opas hostiles, banqueros. Lo sabes. Claro que lo sabes. Me roban, piensas. Me estafan. Es así en cada página. En cada noticia. El drama se repite todos los días. Bombas, ataques preventivos, la hambruna tercermundista, los exodistas desplazados, el terrorismo oriental, el terrorismo occidental, la hecatombe bursátil, la inoperancia judicial, la corruptela gubernamental, los desahucios, los recortes, los escraches de los perroflautas, la manipulación periodística.
La historia se repite y no parece que NADIE hadido tu ayuda, pero tu teléfono está apagado o fuera de cobertura. ¿Qué pretenden? ¿que os despidan a todos? Si han sido ellos los despedidos, está claro que algo no hacían bien. Además, piensas que protestar no sirve de nada. Que la dignidad no calienta tus garbanzos ni paga el alquiler. Está bien, chico. No te gastes. Soy capaz de aceptarlo. La barricada nunca ha sido tu sitio. Las cosas van mal o peor, pero, ¿qué podías hacer, no? Preferiste agachar la cabeza y sentarte en tu sofá a esperar. Las cosas cambiarán, dijiste mientras aplaudías a rabiar los goles de Messi o de Cristiano Ronaldo a la Hacienda Pública. El tiempo se encargará o lo harán otros. Dios, por ejemplo. La suerte. La casualidad. Si no te mueves nadie te disparará entre los ojos y la mano de tu amo no golpeará tu hocico. La mierda no va a salpicarte a ti. La mezquindad no es un estado ánimo. Es tu condición. Lo que eres. Pero tú continúa así. Sigue haciendo caso de los periódicos. De los telediarios. Esa gente sabe exactamente qué decir. Toda una vida de eslóganes, de electroshock panfletario y de lavados de cerebro. Pero te sobreestiman. Con sólo unas monedas hubiese bastado. No quieres pelear. Alzar la voz. Decir que no. O que sí. Te limitas a acatar. A asentir con la mortaja cómplice de tu silencio mientras todo se destruye a tu alrededor. Tu culo, amigo, es lo que importa. Ellos lo saben bien. Que la mierda que llevas dentro siga rodando por la escalera del váter. Arrodillado. Sumiso como un viejo payaso de trapo. ¡Protesta, hermano! Di lo mucho que te molestan los baches de las calles, los zurullos de perro que decoran las aceras o lo poco que trabajan los barrenderos que recogen tu basura. Pero hazlo en voz baja. Eres pobre. Miserable. Un estúpido aspirante a una vacante de clase media que se arrastra por la vida con los bolsillos vacíos, repiqueteando con tu voto torticero como un pájaro carpintero en la urna de tu señor. Deja que otros se encarguen del trabajo sucio. No te manches las manos y sigue esperando. Créeme. La cordura no es rival para la estupidez. La razón no sirve con ella. Tampoco la inteligencia. ¡Huye! Lo has hecho toda tu vida. Dicen que correr es de cobardes, pero los cobardes superviven. Igual que las cucarachas o las ratas.
Al fin y al cabo, tampoco te ha ido tan mal. Deja que los demás caigan. Que aprendan lo que cuesta la vida mientras los amos del universo se enriquecen.
Ahora, termínate el café y cuando al salir de la cafetería te encuentres con el desahucio de ese matrimonio jubilado, o con los tipos de las preferentes, o con los que protestan porque sus hijos estudian en barracones con goteras o por la privatización de los hospitales o por la ley mordaza o porque la empresa ha preferido cerrar la fábrica, porque los chinos o los taiwaneses o los pakistaníes trabajan más barato, o porque las mujeres mueren a manos de los hombres o cobran menos que los hombres o se las discrimina en favor de los hombres, porque tienen que parir, fregar, barrer, cambiar pañales, cocinar, hacer las camas y abrir bien las piernas para recibir a sus maridos con una jodida sonrisa vertical, no te lo pienses, muchacho, cruza de acera y sigue caminando, pensando que la vida es así, que las cosas son como son y que, chico, al fin y al cabo, esto es lo que hay, ¿no?
Rafael López Vilas
La historia se repite y no parece que NADIE hadido tu ayuda, pero tu teléfono está apagado o fuera de cobertura. ¿Qué pretenden? ¿que os despidan a todos? Si han sido ellos los despedidos, está claro que algo no hacían bien. Además, piensas que protestar no sirve de nada. Que la dignidad no calienta tus garbanzos ni paga el alquiler. Está bien, chico. No te gastes. Soy capaz de aceptarlo. La barricada nunca ha sido tu sitio. Las cosas van mal o peor, pero, ¿qué podías hacer, no? Preferiste agachar la cabeza y sentarte en tu sofá a esperar. Las cosas cambiarán, dijiste mientras aplaudías a rabiar los goles de Messi o de Cristiano Ronaldo a la Hacienda Pública. El tiempo se encargará o lo harán otros. Dios, por ejemplo. La suerte. La casualidad. Si no te mueves nadie te disparará entre los ojos y la mano de tu amo no golpeará tu hocico. La mierda no va a salpicarte a ti. La mezquindad no es un estado ánimo. Es tu condición. Lo que eres. Pero tú continúa así. Sigue haciendo caso de los periódicos. De los telediarios. Esa gente sabe exactamente qué decir. Toda una vida de eslóganes, de electroshock panfletario y de lavados de cerebro. Pero te sobreestiman. Con sólo unas monedas hubiese bastado. No quieres pelear. Alzar la voz. Decir que no. O que sí. Te limitas a acatar. A asentir con la mortaja cómplice de tu silencio mientras todo se destruye a tu alrededor. Tu culo, amigo, es lo que importa. Ellos lo saben bien. Que la mierda que llevas dentro siga rodando por la escalera del váter. Arrodillado. Sumiso como un viejo payaso de trapo. ¡Protesta, hermano! Di lo mucho que te molestan los baches de las calles, los zurullos de perro que decoran las aceras o lo poco que trabajan los barrenderos que recogen tu basura. Pero hazlo en voz baja. Eres pobre. Miserable. Un estúpido aspirante a una vacante de clase media que se arrastra por la vida con los bolsillos vacíos, repiqueteando con tu voto torticero como un pájaro carpintero en la urna de tu señor. Deja que otros se encarguen del trabajo sucio. No te manches las manos y sigue esperando. Créeme. La cordura no es rival para la estupidez. La razón no sirve con ella. Tampoco la inteligencia. ¡Huye! Lo has hecho toda tu vida. Dicen que correr es de cobardes, pero los cobardes superviven. Igual que las cucarachas o las ratas.
Al fin y al cabo, tampoco te ha ido tan mal. Deja que los demás caigan. Que aprendan lo que cuesta la vida mientras los amos del universo se enriquecen.
Ahora, termínate el café y cuando al salir de la cafetería te encuentres con el desahucio de ese matrimonio jubilado, o con los tipos de las preferentes, o con los que protestan porque sus hijos estudian en barracones con goteras o por la privatización de los hospitales o por la ley mordaza o porque la empresa ha preferido cerrar la fábrica, porque los chinos o los taiwaneses o los pakistaníes trabajan más barato, o porque las mujeres mueren a manos de los hombres o cobran menos que los hombres o se las discrimina en favor de los hombres, porque tienen que parir, fregar, barrer, cambiar pañales, cocinar, hacer las camas y abrir bien las piernas para recibir a sus maridos con una jodida sonrisa vertical, no te lo pienses, muchacho, cruza de acera y sigue caminando, pensando que la vida es así, que las cosas son como son y que, chico, al fin y al cabo, esto es lo que hay, ¿no?
Rafael López Vilas
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