jueves, 31 de octubre de 2019

La poética memoria de Hugo Vera Miranda


Miguel Eduardo Bórquez 



El responsable del sitio web Inmaculada Decepción y autor del poemario “El Tigre de la Memoria”, es la figura clave a la hora de hablar de literatura hecha en Última Esperanza.

Hugo Vera Miranda es un caso particularísimo dentro del panorama actual de la literatura magallánica. Haciendo válida una vez más aquella máxima cliché de “nadie es profeta en su tierra”, la obra de Vera Miranda, el poeta almacenero de la casona naranja, goza de mayor reconocimiento y aceptación fuera de los dominios de la Última Esperanza que dentro de sus propias fronteras, donde se le conoce más por su función de personaje, figura under o icono pseudo punk que de escritor.

Paradójico acaso lo que ocurre con Vera Miranda, un autor que a lo largo de su trayectoria creativa ha intentado por casi todos los medios posibles rehuir de cualquier connotación pública o ensalzamiento de su figura como referente de lo que sea, y actualmente se perfila (queriendo, pero sin realmente querer) en un emblema para la literatura a secas, en una suerte de leyenda viviente al margen de los caudillismos, afanes figurativos y otros cánceres que afectan a la estirpe literaria criolla de hoy (¿de siempre?). Bajo ese prisma, Vera Miranda ha optado por el camino más largo y más difícil, acaso el más poético de todos: hablar desde un infranqueable segundo plano. Libre de ataduras, solo ha publicado un poemario de limitado tiraje, “El Tigre de la Memoria” (2005), con la modesta pero potente casa editorial La Calabaza del Diablo, excitante refugio para autores críticos del mainstream imperante. Aparte de ello, y sin contar sus escaramuzas como gestor literario en Buenos Aires, ciudad en que vivió buena parte de su juventud, y otras pocas apariciones en medios locales, ha ganado connotación a través de su sitio web, “Inmaculada decepción”, que desde su origen hace ya varios años se ha ido consolidando como un interesante espacio para la creación y difusión literaria desde Magallanes para el mundo.

Para hablar un poco de los aspectos estrictamente escriturales de Vera Miranda, debemos concentrarnos en tres tópicos esenciales, que a continuación analizaremos con cierto detalle.

1) La construcción de una “poética del perdedor”.

Evidentemente no se trata de una invención. Autores pretéritos como Bukowski o Teillier (por mencionar a dos de los más universales) ya indagaron en ese yo lírico atiborrado de derrotas, frustraciones, vicios y desengaños. Hablamos desde la perspectiva no del sufrimiento, sino del infortunio, la mala vida, la bifurcación rutera siempre equivocada. “Dios salve a mis mujeres” dice el poeta, que “yo no salvé a ninguna”. La poética perdedora de Vera Miranda se asocia muy estrechamente con sus vínculos amatorios, con esas mujeres que no pudo ni supo ni quiso salvar y seguir amando. “Amó a sus amigos mucho más que a la amada de turno”, dice en su autorretrato, pero en otro texto confiesa “Ya moribundo, sin poses ni ceremonias / y de cuerpo presente al infinito / habré de pensar en ti / habré de pensar / que nunca fue fácil olvidarte”. El yo de Vera Miranda nunca deja de creer en el amor, tampoco en todo indicio de nobleza y real humanidad. Sumando y restando, podemos construir un “antihéroe lírico” que pese a sus infortunios sociales, amorosos y hasta artísticos, persiste en la utopía, en cierta quimérica esperanza, o como muy bellamente lo ilustra Ramón Díaz Eterovic, a “un poeta que procura asirse de los cuernos de la luna mientras la vida lo golpea a mansalva”.




2) La valoración de Puerto Natales como una arcadia en sí poética.

La obra de Vera Miranda está enmarcada en un realismo casi mágico, en un Natales tan cotidiano como entrañable al mismo tiempo, una arcadia exuberante por momentos en su gente, su memoria y su paisaje, capaz de ir marcando sutilmente el pulso de nuestros días, noches y deseos. Pueblo “de putas y caranchos”, de “isométricos bastardos”, “de carretas, trompos, trencito a Bories”, el Natales de Vera Miranda paradójicamente no está idealizado, sino que muchas veces desmitifica-do, logrando de manera inusual hacer de los tópicos manipulados otros nuevos, acaso aún más entrañables que los originales.

Así, por la pluma del poeta viajan los turistas de verano (cantando “verybonitonatales yesyes”) los vendedores de pescado, los asiduos del bar Melissa y las chicas de la boite. Y en ese desfile de personajes y circunstancias donde podría fácilmente predominar un bosquejo de lo más pintoresco y postal, Vera logra construir -desde su punto de vista absolutamente particular- un inesperado discurso lleno de matices, visiones y revisiones que acaban poblando un Natales que poco o nada tiene que envidiarle a otras inspiradoras arcadias literarias.

Es Natales una suerte de Macondo de la Patagonia, un pueblito tan querible y al mismo tiempo despreciable que no es posible describirlo sin describirse también uno mismo con sus penas, dichas y miserias; con el lastre insoportable pero mágico de ser “la última esperan-za” para un mundo y un país que se van cayendo a pedazos.

Interesante es además, el carácter casi “karmático” de un Puerto Natales capaz de perseguir a su autor y hablante lírico hasta las mismísimas compuertas del cielo y el infierno. “El partir nunca es un acto solitario / nos acompaña siempre la luna natalina”. Así, podría hablarse de un “sentimiento natalino”, de una añoranza que no se extingue, de un vinculo casi lárico -si lo ponemos en términos teillerianos– que se lleva a cuestas y se hace latente de manera más o menos explícita noche a noche y verso a verso.

3) El lenguaje poético como dialogo permanente.

La voz de Vera Miranda se caracteriza por su simpleza, por la ausencia de ornamentaciones barrocas o academicistas y el recurrente tono confesional, como si de una para nada extraordinaria conversación entre amigos, humos y copas se tratara. “Hace tiempo mis enemigos vienen anunciando / que me voy a quedar pelado / que la morena me abandonará por un cuadro de Siqueiros / pronostican la desaparición de mis dientes / la cerveza, el mar, los conejos y la luna” Incluso, podrían decir los más puristas y quisquillosos estilísticos, puede identificarse cierta rudeza en la construcción de los textos, alguna escases de recursos retóricos, algún lu-gar común por aquí y por allá. Ciertamente, esas ausencias son reales, mas no son fruto de negligencia alguna, sino más bien piedra angular constituyente de la pro-puesta escritural formal –y también temática- de su autor.

Discutir si algunos textos de Vera Miranda son antipoéticos o no, sería una labor muy vana. Cuando existe la construcción de un tipo discursivo tan propio, los limites preestablecidos se corrompen y los alcances de la creación poética de expanden, haciéndose de influencias, estilos y voces de muy variadas características y procedencias.

Consideraciones finales.

Si bien “El Tigre de la Memoria” es un estupendo compendio del quehacer lírico de Vera Miranda, es alta-mente saludable considerar también su prosa, aquella que casi diariamente nos sorprende vía web (inmaculadadecepcion.blogspot.com) con su ironía, ácido sentido del humor y tono confesional para nada carente de profundidad. Se trata de pequeños relatos que siempre juegan muy discretamente con lo real y lo ficticio, con lo que efectivamente sucedió y lo que pudo haber pasado.

De tal manera, puede entenderse la propuesta de Vera Miranda desde un enfoque multi-angular, profundizan-do así en el tan natalino como universal mundo de un autor maravillosamente vital.

Publicado en revista El Keltehue, Verano de 2011, Puerto Natales

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