domingo, 5 de mayo de 2019

Desaparezca Aquí


En Marzo de 2004. En mi viaje de huida por las autopistas del sur, pienso que trato de ser heroico mientras la historia se hunde a mi alrededor. Hace unos días los trenes explotan en Atocha y nadie se acuerda de mí. Llevo semanas sin ir a trabajar. En lugar de eso, me pierdo por las noches y bebo y conduzco y me drogo y practico sexo con cualquiera. De madrugada vuelvo a casa, a la misma hora en la que tendría que despertar y ducharme y desayunar y salir a coger un tren que me lleve al trabajo. El mismo tren que explota una mañana de Marzo en un atentado terrorista. 

Salvo la vida mientras me destruyo.
Llega el silencio. 

Los días siguientes nadie me llama, nadie se preocupa por saber si estaba o no estaba en el sitio donde debería haber estado. Ni en el trabajo me echan de menos, ni mi ex mujer, ni mis hijos, ni mi amante, ni amigos. Nadie.
Los días siguientes no salgo de casa. Paso el día viendo en la televisión todos los informativos que hablan de lo sucedido. La pista llega hasta un piso de Zarzaquemada donde finalmente se inmolan los terroristas en una nueva explosión. 
Pienso que igual todos me dan por muerto y que soy una especie de fantasma que se ha quedado atrapado en el limbo de mi apartamento. Tardo toda la semana en darme cuenta que, en realidad, nadie espera nada de mí y que estoy olvidado, aunque no esté muerto.

Mi corazón es tibio. 
Pienso que nada realmente me toca.
No siento nada.
Puedo entrar en la autopista, conducir 500 Kilómetros y desaparecer.
O puedo desaparecer aquí.
Desaparecer Aquí.
Desaparecer Aquí.

Salgo de casa, arranco el coche y pongo la radio muy alta. Las calles están totalmente vacías y voy muy deprisa. Llego a un semáforo en rojo, me tienta saltármelo, pero me detengo cuando veo un cartel que no recuerdo haber visto, y lo miro. Lo único que dice es: "Desaparezca aquí", y aunque probablemente sea un anuncio de algún hotel, me desconcierta un poco y piso el acelerador a fondo y los neumáticos chirrían cuando me alejo del semáforo. Llevo puestas las gafas de sol aunque afuera todavía no es de día y no aparto la vista del espejo retrovisor poseído por la extraña sensación de que alguien me está siguiendo.

Dos horas después me fusiono con la autopista.
Imagino que desaparezco y desaparezco.

No hay comentarios:

Publicar un comentario